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Por qué llora la tarde si Cheo y la melodía de Anacaona hoy me hacen olvidar Cien Años de Soledad

Ediciones de la Frontera

Por: Sergio Reyes II.
Ocurre que un día en que te distraes junto a una parte de tu entorno familiar y algunos entrañables amigos, intentado disipar los avatares de la vida diaria, el tráfago citadino y alguna de las incongruencias del sendero por el que transita la República, mientras arrastras por dentro la penita por la ausencia de los idolatrados hijos y nietos que te dio la vida y la dificultad que presenta la falta de comunicación telefónica en donde te encuentras disfrutando un poco de lo mucho que la vida y los afanes te han quitado, te llega de repente, con la magia de las redes digitales, la noticia cruel, desgarradora y brutal de la muerte de gente muy querida para ti -y para el mundo entero!-.

Y llegan los informes, uno tras otro, cada cual más impactante y doloroso que el anterior, en forma tal que te parece estar transitando por una de esas noches de pesadilla en las que algún sexto sentido te hace anhelar que llegue rápido el momento del despertar, para darte cuenta de que todo ha sido no más que una macabra jugarreta del subconsciente.

Pero no. A medida que te aferras con frenesí al teclado y navegas por las páginas noticiosas de los medios digitales y las redes sociales con pleno dominio de la información te das cuenta de que, en efecto, la vida se ha desprendido del pecho de gente entrañable con la que aprendiste a desentrañar las intríngulis de la leyenda, el realismo maravilloso y el amor de nuestros países de América y el entorno antillano. De ellos conociste, también, algunos ignotos secretos del candente amor que llora, al igual que la tarde, cuando cae la lluvia. Y junto a la cadencia del bolero, la salsa, el cuidadoso manejo de la palabra y la imagen impoluta de todo un caballero, escuchamos sobre nuestra Anacaona nostálgicas tonadas cantadas por un grandioso boricua, con las que jamás se supo inspirar ningún compositor nuestro.

En su recuerdo y para asociar esta inolvidable tarde a su memoria, junto al amargo dulzor de unas copas de vino, remontaré mis recuerdos por algo más de cien años de soledad para evocar a Gabo, con sus bigotes y su verruga, a Cheo con su eterna sonrisa y su impecable vestuario y a la inmensa Sonia con sus desgarradoras canciones de amor con las que a tantos nos hizo rabiar –y llorar- de dolor.

El profundo, eterno e insondable espacio de lo ignoto acoge sus almas. Algún día nos volveremos a ver. Mientras eso llega, en sus nombres, escucharé «hasta que se raye el disco«, NO ME DEJES NO!!

En paz descansen sus almas.

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