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Viviendo en la ‘Covidianidad’

Por: Sergio Reyes II.

Un silencio sepulcral caracteriza al comercio tradicional de nuestra ‘Duarte con París’, en estos días. En los frentes de la casi totalidad de los locales y en toscos letreros de rutina que evidencian la prisa con que fueron estampados se puede leer CERRADO TEMPORALMENTE, en un escalofriante texto redactado a dos idiomas, lo cual indica, sin lugar a dudas, que las cosas no marchan nada bien, para los residentes y propietarios de negocios emplazados en la emblemática barriada neoyorquina de Washington Heights.

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Evidentemente, el problema no se circunscribe al perímetro y áreas aledañas de la zona en donde confluyen la tradicional avenida Saint Nicholas y la calle 181, las cuales han sido rebautizadas hace un tiempo como Juan Pablo Duarte Boulevard y Manolo Tavárez Justo, respectivamente, en homenaje a esos dos grandes hombres dominicanos; Sin embargo, para la comunidad inmigrante de procedencia dominicana, todo cuanto ocurra en este pintoresco vecindario adquiere una connotación especial.

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En esta barriada en que la mayor parte de los establecimientos comerciales son regenteados por compatriotas nuestros, -al igual que el grueso de su empleomanía-, era común observar nutridos grupos de parroquianos socializando, discutiendo sobre el devenir político partidario o compartiendo vivencias del ayer, allende la Patria.

No obstante, la llegada al continente americano del nefasto fantasma del Coronavirus y su expansión a una velocidad meteórica por todos los condados y barriadas de New York y otros estados vecinos, ha dejado a su paso un negro manto de llanto y dolor, trastocando el normal desarrollo de la vida diaria y provocando el cierre simultáneo de la mayor parte de los negocios considerados ‘No Esenciales’.

A ello se debe que casi todas las tiendas de ropa deportiva y formal, boutiques, zapaterías, mueblerías, Discounts, 99’s, ferreterías y otras de igual índole, se encuentren herméticamente cerradas en la actualidad, lo que podría ocasionar que muchas caigan de manera irremisible en la ruina o sus dueños se vean forzados a declararse en bancarrota.

Otros, como los establecimientos de comida rápida y los restaurantes tradicionales, que en el pasado se mantenían abarrotados de público, han tenido que conformarse con las ofertas de servicios para llevar (Take Out) o de entrega rápida a domicilio (Delivery).

De manera furtiva y capeando el temporal de los malos tiempos, los establecimientos que manejan las diferentes franquicias de servicios de telefonía y venta de unidades celulares y accesorios, se mantienen trabajando en horario limitado, apegados, a conveniencia, a la primordial importancia que tiene el servicio de la comunicación en estos tiempos de pandemia. Otro tanto ocurre con las agencias de envío y recibo de valores (remesas), canje de cheques y pago de servicios personales y domésticos, entre otros.

En momentos en que la preservación de la salud ha devenido en convertirse en la más urgente de todas las prioridades, las farmacias y establecimientos de venta de productos naturales brillan por su importancia, y, de igual manera, las bodegas de venta de comestibles, supermercados, panaderías y expendios de frutas, en general se observan abarrotados de público, pero manteniendo las distancias y el cuidado que exige el protocolo sanitario, a tono con la delicada situación imperante.

Y ya que de urgencias y artículos esenciales hablamos, permítaseme señalar, a riesgo de parecer irreverente, que, para la gran mayoría de la población que hoy por hoy se encuentra arrinconada por los lacerantes y traumáticos efectos del avance de la epidemia, sería contraproducente padecer los tediosos días del obligatorio encierro sin tener a mano el paliativo de una buena copa de vino, unos tragos de ardiente alcohol o una refrescante cerveza.

Para atender debidamente tales necesidades, las tradicionales tiendas de vino y licor han mantenido franqueadas sus puertas en horario prudente, ofreciendo un apoyo solidario a sus fieles usuarios y sin que autoridad alguna intente, ni por asomo, imponer restricciones a tan aclamado servicio.

Con el discurrir de los días y sumida en la amargura la ciudadanía ha aprendido a capear el temporal de una pandemia que nadie jamás soñó que podía azotar a la ciudad de los rascacielos en la forma impiadosa en que lo ha hecho. Las bajas superan con creces a las previsiones iniciales y al paso que van las cosas dentro de poco el macabro cómputo de fallecidos podría equipararse con las estadísticas de cualquier conflagración conocida.

Sin embargo, la pujante población neoyorquina no será puesta de rodillas ni rendirá sus esfuerzos sin ofrecer batalla. A pesar de los pesares, el vendutero de la esquina que ofrece con insistencia sus chucherías a los peatones, el que vende la ropa usada, la dueña del puesto de frutas, la amable matrona de los dulces y las semillas de cajuil, el señor de los quipes y pastelitos y, más que nada, la hacendosa mujer que elabora las ricas habichuelas con dulce, se mantienen como quien dice, al pie del cañón, ofertando sus productos con la confianza puesta en que ha de llegar un respiro que traiga el alivio a su maltrecha situación.

Todos ellos merecen que, sin más dilación, la mano milagrosa del Creador llegue en auxilio de la humanidad. Más temprano que tarde, las aguas volverán a su nivel. Recordaremos con devoción a los caídos, ofreceremos el pésame, tardío pero sincero, al hermano, al amigo o al vecino y todos juntos elevaremos una fervorosa plegaria a Dios, en acción de agradecimiento por su cuido y protección.

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