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El barroco

Preámbulo – (Una mirada caribeño-latinoamericana)

POR: ESTEBAN A. TORRES MARTE – Escritor. Reside en Santiago Rodríguez.

El abordaje de la memoria histórica colonial desde una perspectiva caribeño-latinoamericana implica una reflexión de naturaleza intercultural. Esto así dada las circunstancias que gestaron los procesos ideológicos de la conquista, y en mayor medida, la gesta de la independencia que establece una fenomenología de orden histórico-lingüístico. Dicho evento pluraliza y problematiza las diferencias en un sujeto ontológicamente diferente con múltiples proyecciones de sentido artístico identitario.

La categorización europea de la “invención de América” viene como un corolario desde la ideología enajenada en un contexto del afuera y signada por el símbolo de los espacios geográficos que dio base a la naturaleza insurgente y como tal a las historias locales en nuestra América.

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Los diversos intereses europeos proyectaron en la América continental un accionar de diversos colonialismos, y consecuentemente la dominación imperial. El eje europeo no solo impuso un modo específico de producción de bienes materiales, sino que estableció una “macropolítica del pensar”. Su curriculum de vida alcanzó su máxima elaboración desde la modernidad, y se ha prolongado en una dialéctica que cruza el panorama de los Estados-nación en concordancia político-jurídico con nuevos ejes de dominación situados en la propia América del norte a partir de la segunda guerra mundial. “La compleja articulación y desarticulación de diversas historias en beneficio de una única historia, la de los descubridores, los conquistadores y los colonizadores, ha legado a la posteridad una concepción lineal y homogénea de la historia de la que deriva la “idea” de América. Pero para que una historia sea vista como primordial, debe existir un sistema clasificatorio que favorezca la marginación de determinados conocimientos, lenguas y personas. Por lo tanto, la colonización y la justificación para la apropiación de la tierra y la explotación de la mano de obra en el proceso de invención de América requirieron la construcción ideológica del racismo. La introducción de los indios en la mentalidad europea, la expulsión de moros y judíos de la península ibérica a finales del siglo XV y la redefinición de los negros africanos como esclavos dio lugar a una clasificación y categorización especifica de la humanidad. El presuntuoso “modelo” de humanidad ideal en el que se basaba no había sido establecido por Dios como parte del orden natural sino por el hombre blanco, cristiano y europeo. La geopolítica y la política corporal del conocimiento se ocultaron mediante su sublimación en un universal abstracto proveniente de Dios o de un yo trascendental (1)”.  

En la medida que un proceso identitario se fue plasmando en el tiempo y los niveles de confrontación con el colonizador crecieron, el relato vernáculo fue desarrollando un significante entorno de colaboración y participación mutua.  Se dio paso al universo creativo, y la lengua forjó el rasgo universal de lo propio: “¿Hacia la utopía? Sí: hay que ennoblecer nuevamente la idea clásica. La utopía no es vano juego de imaginaciones pueriles: es una de las magnas creaciones espirituales del Mediterráneo, nuestro gran mar antecesor. El pueblo griego da al mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento constante. Cuando descubre que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir mejor de como vive, no descansa para averiguar el secreto de toda mejora, de toda perfección. Juzga y compara; busca y experimenta sin descanso; no le arredra la necesidad de tocar a la religión y a la leyenda, a la fábrica social y a los sistemas políticos. Es el pueblo que inventa la discusión, que inventa la crítica. Mira al pasado, y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías (…) ¿Cuál sería, pues, nuestro papel en estas cosas? Devolverle a la utopía sus caracteres plenamente humanos y espirituales, esforzarnos porque el intento de reforma social y justicia económica no sea el límite de las aspiraciones; procurar que la desaparición de las tiranías económicas concuerde con la libertad perfecta del hombre individual y social, cuyas normas únicas, después del neminem laedere, sean la razón y el sentido estético. Dentro de nuestra utopía, el hombre llegará a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos de la absurda organización económica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios morales y sociales que ahogan la vida espontánea; a ser, a través del franco ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad, el hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu (2)”.

Sin lugar a dudas, el principio del conocimiento para el criollo naciente en nuestra América provino de los conquistadores (considerados civilizadores) en los linderos de la lengua y la religión. Pero además en la reformulación de la etnografía, el arte y lo musical. Pueden nombrarse entre estos difusores culturales a Fray Bartolomé de las Casas, Fray Pedro de Córdova, Gonzalo Fernández de Oviedo, Fray Bernardino de Sahagún,  Ginés de Sepúlveda, Pedro Mártir de Anglería, Pedro de Motolinía, Fray Ramón Pané, Fray Antón de Montesinos,  y otros tantos especialistas en el arte de la escritura como Francisco Tostado de la Peña,  Fray Gabriel Tellez (Tirso de Molina),  Fernando Carvajal y Rivera, Rodrigo de Bastidas y otros tantos especialistas en diferentes oficios y  áreas civilizatorias (3)”. En el referente histórico-caribeño que nos ocupa podemos señalar que la modalidad europea del diseño de la enseñanza fue el escolasticismo a través de los centros educativos, como fueron el Colegio y la universidad (4). En 1538 se crea el primer centro de educación superior en La Española, La Universidad de Santo Tomás de Aquino (5).  Y en un plano expansivo de las enseñanzas del Trivium y el Quadrivium (Gramática, Teología, Filosofía, Astronomía, Matemática y Música), se crea la Universidad de Santiago de la Paz, además del Colegio de Gorjón. Ya para el 1551-1553, se funda la Real Pontificia Universidad de México; y consecuentemente en Lima, Perú, la Universidad Mayor de San Marcos (1551),

Sin embargo, en la medida que se consolida un pensamiento de una yoidad nacional fragmentado, son los procesos independentistas y afines los que van dando coherencia a la historia cultural de nuestros pueblos en la llamada América continental. Los pensadores de esta insurgencia así lo testimonian: Pedro Henriquez Urena, José Martí, Eugenio María de Hostos,  José Carlos Mariátegui, Juan Montalvo, Juan María gutierrez,  José Enrique Rodó y tantos otros cultores de las ideas y de la propia personalidad americana (5).

El contexto antropológico ancestral del que fuimos despojados en el contexto caribeño proviene del conjunto etnohistórico y socio-cultural de los aborígenes del gran tronco Arahuaco -Los Taínos- (6). La acción posterior de este genocidio originó una especie de sincretismo menor en la región del Caribe. La memoria material se impuso en los remanentes paleontológicos y paleoarqueológicos.  Es de subrayar que la herencia de los aborígenes aborda los factores de la botánica y de manera fundamental su relación con los bienes naturales como son la artesanía y objetos rituales; además de los productos de elaboración en la alimentación, y de manera distributiva, la cosecha y su intercambio (7).

La valoración de las expresiones de carácter indígena en las Américas, provienen originalmente de su base lingüística, que se expresó en su mitología a través de distintos símbolos y arqueologías vinculadas a sus rituales y modo de vida; que esencialmente se relacionaba a la tierra, y por ende, a la agricultura (8).

Su marco fundamental artístico es de proyección narrativo-poética que es inmersivo del mito cosmogónico, y que corresponde al contenido de la leyenda, de la magia y lo espiritual.

En el ámbito latinoamericano podemos evidenciar en el referente de la literatura Maya-Quiché todo un bagaje de interacción y clasificación entre la vida cotidiana y el mito como expresión de la memoria y la épica.  En su libro, el Popol Vuh (o Texto de la Comunidad) advertimos una cultura literaria y religiosa que posesionó a los nativos de un referente de identidad ancestral. Sin embargo, en períodos posteriores y bajo diferentes tipologías de lenguas (predominando el náhuatl), la cultura Azteca dejó una variedad de riquezas literarias en la producción de himnos y canciones, tales: “Himno al Sol”, a La “Lluvia”, a “La Tierra”, “Canto al Dios”, a “Las Aguas”, etc. (9).

En el terreno de otras comunidades y culturas hacia el sur, tenemos a la cultura Inca que legó a la posteridad el poema, Ollantay.  Dicha manifestación cultural es de signo dramático y corresponde a la evolución de su estirpe y sus logros épicos (10).

En el ámbito caribeño, son los Taínos que, integrando a la naturaleza en sus fases cambiantes a través de sus rituales, deviene en un exordio conocido como el areito. Ritual fundamentado en cánticos y exaltaciones a sus dioses y a las fuerzas naturales como el agua, la tierra, el aire y el fuego, que fundamentaban su oralidad artístico-poética, ya que carecían de escritura propiamente dicha (11). Se cree que la única manifestación que ha permanecido para la posteridad es el documento Taíno artístico-dramático: Iyí Ayá Bombé.

La sintomatología sincrética se precipita en la medida que nuevos actores en el escenario continental inician su viacrucis antropológico:  la llegada de los africanos. Esto dio inicio a un nuevo estilo de convivencia y en mayor medida en la forma de producción de bienes: como es la siembra de la caña, y la elaboración del azúcar y sus derivados. Nuevas especies botánicas y también zoológicas crean un espacio de vitalidad para el grupo peninsular europeo de dominación. Al estancarse el mercado minero debido a los conflictos entre las potencias marítimas europeas, se aceleró el proceso de la distribución del producto de la caña de azúcar dando así paso al engranaje de una economía más compleja y sostenida a través del agro.  La evolución de este intercambio incluye luego el tabaco, el jengibre y otras especies de gran consumo en el mercado transatlántico.

La base de este proceso esclavista de bienes materiales y su intercambio generaba una relación cultural personificada que se evidenciaba en particularismos folclóricos y espirituales (12), que fueron acelerando el enfrentamiento con el grupo opresor; pero al mismo tiempo se creaban las bases para un criollismo sincrético, en la medida que determinadas áreas de servicios hicieron factible el intercambio de la dependencia individual. Coincidente con un declive de la producción azucarera se incrementó un nuevo modo de producción esclavista conocido en la historia como el sistema de hatos-ganaderos (13).

En la medida que los conflictos del oprimido hacían valer su relativa identidad, otros pormenores se debaten a nivel internacional entre las potencias económicas europeas, (guerras y reparticiones del botín colonial conforme los intereses pautaran tales acuerdos). Llegados a la modernidad, el ente americano interioriza una memoria desgarrada y accidentada: los escritores a través de los diversos géneros literarios corresponden a tal vilipendio histórico. Así tenemos a Nicolás Guillén (cubano); Luís Palés Matos (Puertorriqueño); Alejo Carpentier (cubano); Alfonso Reyes (mexicano); Adolfo Bioy Casares (argentino); Manuel del Cabral (dominicano); José María Arguedas (peruano); Juan Bosch (dominicano); Jorge Amado (brasileño), y otros tantos, donde el discurrir del tiempo fue consolidando una personalidad latinoamericana.

Los particularismos etnológicos en esta narrativa y ensayística  de sentido antropológico, lo encontramos en autores y obras  como, Marcio Veloz Maggiolo (Antropología portátil);  José Eustaquio Rivera (La Vorágine); Horacio Quiroga ( Cuentos de amor, de locura y de muerte) ; Juan Rulfo (Pedro Páramo); Felisberto Hernández (La casa inundada); Augusto Roas Bastos (Yo, el Supremo);  Roberto Arlt (El juguete rabioso), y una variedad de creadores que matizan el  nuevo renacimiento del alma criolla latinoamericana naciente, de un parto muy doloroso y agónico.

Notas

1.- Walter D. Mignolo: La idea de América. La herida colonial y la opción decolonial, (Ed. Gedisa, Barcelona, 2007, págs. 10-11).

2.-  Pedro Henríquez Ureña: “La Utopía de América”, en Pedro Henríquez Ureña, Obra Dominicana, Eds. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo, 1988).

3.-Edmundo O’Gorman: La idea del descubrimiento de América. Historia de esa interpretación y crítica de sus fundamentos, (Eds. Del IV Centenario de la Universidad de México, Centro de Estudios Filológicos: Imprenta Universitaria, México, 1951).

4.-  Fray Cipriano de Utrera: Universidad de Santiago de la Paz y de Santo Domingo y Seminario Conciliar de la ciudad de Santo Domingo de la isla Española, (Santo Domingo, 1932), y Alvin Plantinga: The Ontological Argument from St. Anselm to Contemporary philosophers, 1965.

5.- Pedro Henríquez Ureña: Historia de la Cultura en la América Hispánica, (Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1947).

6.-  Darcy Ribeiro:  Configuraciones histórico-culturales americanas, (Ed. Arca, Calicanto, Buenos Aires, 1977); y José Antonio Orozco: Nabusimake, tierra de Arhuacos, (ESAP, Bogotá, 1990). ISBN 958-9079-83-0.

7.- Bartolomé de las Casas: Brevísima relación de la destrucción de las Indias, México, 1945). -La primera edición fue en 1552-.

8.- Luis Joseph Peguero: Historia de la conquista de la Isla Española de Santo Domingo, 2 tomos, Santo Domingo, 1975.

9.- René Acuña: “Temas del Popol Vuh”. Ediciones especiales, (UNAM: Instituto de Investigaciones Filológicas, México, 1998).

10.- Teresa Vergara: Historia del Perú: Tahuantinsuyo: el mundo de los incas, (Lexus editores, Lima, 2000). ISBN 9972-625-35-4.

11.- Dra. Lynne Guitar: “El mito de la extinción taína”, capítulo de KACIKE:  The Journal of Caribbean Amerindian History and Anthropology. Santo Domingo, 2002. ISBN 1562-5028.

12.- Fradique Lizardo: Cultura Africana de Santo Domingo, (Eds. Sociedad Industrial Dominicana, Santo Domingo, 1979).

13.- Pedro Mir: La noción de período en la historia dominicana, (Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Santo Domingo, 1981-1983). -3 tomos-.

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