Dr. Milton Jiménez.
Un país en condiciones de extrema pobreza, sufre las consecuencias de todos los dolores. Donde la ignorancia lo hace más propenso de un lugar ideal para que Dios demuestre su grandeza. Entre la resequedad de su tierra sobran las lagrimas pero no dan para mojarlas. No saben por qué mueren y no le importa la muerte ante las penas acumuladas de la vida.
En este mundo el sentimiento negro no importa más que para maldecirlo. Hay suficiente gemido como para olvidar los rencores del pasado. Haití se empaña con el líquido de sus hijos. Una bacteria aprovecha su sed y se esconde entre sus aguas para apoderarse de sus vidas.
Yo vi el niño llorar y decir:
¡No tuve la culpa de nacer aquí, ven y ayúdame, dame un poco de sonrisa, lo que botas me hace falta. Olvídate de los que tienen que tú tienes más que ellos y al menos dame cariño. Me duele el alma y no te importa, me duelen mis años y no tengo culpa de haber vivido. Ya no se cómo gritar para que me escuches. Aquí no tengo opción más que seguir llorando y además de mi pena, sufrir por qué no me haces caso.
No tengo edad, no se en qué fecha nací. Soy casi del tamaño de tu hijo. Por lo que yo sonrío el llora y por lo que yo he llorado a el lo internarían. El al menos tiene un padre como tú.
Piensa en mí y por un momento trasládate a mi mundo y trata de soportar por dos minutos lo que he vivido en este tiempo. Yo me he defendido de los peligros y ahora me muero con la esperanza de vivir algo mejor. Esta experiencia por la tierra no tiene cosas bonitas que contar. Cuida a tus hijos, ellos no tienen la culpa de tu desgracia como no tengo la culpa yo de haber nacido y morir sin que nadie tuviera sensibilidad por mí.
Nubló sus ojos y el médico serró sus parpados, luego se lavo las manos para no contaminarse. Después lloramos los dos. Tome papel y escribí un artículo a SabanetaSR, que mal dibujara con descripción un dos por ciento del sufrimiento de los niños haitiano, mientras disfrutamos de la vida sin tomar en cuenta su dolor.