Por: Ricardo González Quiñones
Era el mayor de los Quiñones Castellanos, hermano de mi madre y los que más se querían.
Con trémula tristeza, este fin de semana, la parca lo sorprendió en su cama. Marchaba mi tío Ramón Antonio, hacia la morada del todopoderoso, escoltado por alondras y delfines, y con ellos cruzaba la bahía terrenal de los que nacen, crecen y se multiplican.
En mi niñez, los veranos eran apasionantes, pues era en su casa en Las Caobas, donde íbamos a aprender a montar a caballo, a buscar agua a un arroyo llamado Bellaco, a recoger anones maduros y sobre todo, bien tempranito a ordeñar las vacas y tomar la leche cruda y tibia, llamada si mal no recuerdo «potrero».
Con mis primos Juan Eligio y Francisco (E.P.D.), salía a buscar leñas en dos burros para cocinar, y ya cayendo la tarde después de «apartar», íbamos de cacería con unos rudimentarios tirapiedras a base de gomas y cuero.
Nunca existió diferencia alguna entre sus hijos y nosotros sus sobrinos, siempre nos decía a viva voz, esos muchachos de Ángela son hijos míos también. Hoy apesadumbrados, sabemos que perdimos un hombre honesto, trabajador, educado, amable y que nunca hizo daño a nadie, puedo asegurarles que nunca lo vi guapo u ofendido por algo o alguien.
Solo puedo decirte tío Ramón Antonio, que ha sido un orgullo, tenerte como mi tío, y que en firmamento, la estrella de la paz, del amor y del deber cumplido, brillarán por siempre en tu nombre, para satisfacción de tus hijos, esposa, hermanos, sobrinos, nietos y amigos que tuvimos la dicha de compartir con un ser maravilloso como fuiste tú.
Sé que ya te uniste con mi madre en la morada del Señor.
Hasta pronto, Dios querrá.
Ricardo González Quiñones
Sabanetero
Mi apreciado Ricardo: Mis sentidas condolencias por la irrevocable pérdida de tu querido tÃo. La vida es un préstamo a largo plazo. La muerte, el saldo que todos debemos pagar tarde o temprano.
Mis respetos para tà y la flia.
Sergio H. Lantigua