spot_imgspot_imgspot_imgspot_img
InicioCulturaPisando sus huellas

Pisando sus huellas

Por: Sergio Reyes II.

Un profundo dilema conturba el ánimo de Ysabel, en estos días. Por momentos, se sumerge en estados profundos de abstracción, para analizar el intríngulis de los poderosos asuntos que reclaman su atención. Sus dilatados ojos, tan expresivos y diáfanos como su noble alma, se dirigen en lontananza al espacio infinito, en busca del apoyo y la fortaleza necesarios para reafirmar la justeza e inmediatez de las decisiones que esperan ser tomadas.

A diferencia de su homónima, personaje celebre de leyendas aireadas en el ambiente surrealista y mágico de un Macondo cincelado en la prodigiosa mente de un letrado sudamericano de altas luces, esta valerosa mujer no otea los cielos ni el horizonte buscando asomos de lloviznas, ventiscas o nublazones en los que pudiese encontrar explicación a los delicados e impostergables asuntos que ocupan su mente. El pragmatismo y la confianza en sí misma, producto de una recia formación a hierro y fuego, le han hecho ver en el transcurso de su vida que nadie cuenta con la fuerza suficiente para evitar lo ineludible ni oponerse a los designios del destino. Por ello, antes que intentar cambiar el rumbo de los días, asume el papel que se le ha conferido y se dispone, como siempre, a encabezar las encomiendas y ejecutorias que todos esperan.

Muchos años hace, tiempo atrás en el calendario, que Ysabel abrevó en las aguas cristalinas de un torrente fecundo, pleno de enseñanzas y sabiduría. Muy lejana estaba de saber, entonces, que tales lecciones habrían de acompañarle por el resto de sus días, para hacer de ella la continuadora de un legado que habría de mantener y sostener, por encima de angustias, vicisitudes e incomprensiones.

Ella, como otros tantos, formó parte de la cosecha fecunda de un nutrido círculo familiar forjado en la unión y la solidaridad, a la sombra del trabajo honesto; y en tratándose de gente humilde, tales cosas constituyen la mejor prenda que se puede exhibir.

A temprana edad y casi sin darse cuenta empezó a sentir el peso de la responsabilidad sobre sus hombros: El hecho de ser la mayor de una vasta prole así lo ameritaba.

Pero su temple y sus ímpetus de autosuficiencia y dominio de la situación le situaban mas allá de la simple delegación de funciones, a tal extremo que el control de la casa, del cuidado de sus hermanitos y del manejo de otros tantos asuntos domésticos corrían a su cargo casi en su totalidad, mientras los padres atendían tareas de mayor calibre, propias de una vida signada por las carencias y la obligación de buscar el pan de cada día.

Así se forjó Ysabel, cumpliendo los deberes y dando la cara por los suyos, por su familia y por sus relacionados.

Ella ha sido, por años, la primera en dar la voz de alarma, ante la llegada -sorpresiva o esperada- del baldón de la desgracia al entorno familiar. Sobre sus hombros de mujer valerosa se ha echado el peso del dolor, de las obligaciones, de los trámites y diligencias que el momento ha impuesto y, al tiempo de hacerlo, ha debido refrenar la salida impetuosa de las lágrimas propias, para enjugar las ajenas y hacer sentir su voz de aliento, de fe y esperanza entre los demás deudos.

De sus penas y pesares, muy poco se sabe. Y no es que no las tenga. Están allí, inflexibles como el peor de los verdugos, horadando su dolido temple, minando su entereza, atentando contra su propia integridad y naturaleza humanas.

Sin embargo, esta indómita mujer con ánimo de acero sabe que, mientras un hálito de vida ruede por sus venas, ha de continuar acarreando el fardo que el legado familiar puso a su cargo. Y antes que proferir una queja, asume nueva vez, con entereza, el papel que con tanto orgullo le vemos representar, sin proferir la mas mínima queja.

Hoy se encuentra, allende los mares, arrimando el hombro junto a amigos y relacionados que demandan con urgencia de sus servicios y vasta experiencia en asuntos de salud y manejo de enfermos en estado terminal. Mañana le veremos, afanosa, tomando las decisiones impostergables que la inmediatez de la muerte o la fatalidad determinen.

Y, en el mejor de los casos, haciendo a un lado las penas y calamidades, cualquier otro día le veremos compartiendo llena de euforia y alegría, envuelta en el júbilo de una rumbosa fiesta con motivo del advenimiento de una boda, un cumpleaños o un simple encuentro social.

Ysabel, a quien todos nos empecinamos en seguir nombrando como Maritza -oMaricita-, es así: cariñosa, solidaria, emprendedora e infatigable.

Pudo haber sido de otra manera y, talvez, su destino hubiese sido más apacible, sin sobresaltos y con un menor volumen de lágrimas, amarguras y desazones. Sin embargo, cuando esta indómita mujer se analiza a sí misma y deja divagar sus pensamientos en los profundos motivos y  justificaciones que modulan su existencia, no puede dejar de reconocer que ella, como otros tantos en su familia, está dando curso, con sus acciones, a la profunda encomienda puesta a su cargo, desde el mismo momento en que fue señalada para ocupar un puesto cimero al lado de su abuela, quien le forjó y educó en el sendero del bien, el trabajo y la honradez.

Y en atención a tan profundas enseñanzas, dedica cada minuto de su vida en perpetuar tales ejemplos y directrices entre los componentes del entorno familiar y los núcleos de amigos y relacionados entre los que se desenvuelve.

Dicho en otras palabras, en el devenir de su vida Ysabel intenta recorrer  el fecundo y aleccionador sendero señalado por su abuela, de cuyas enseñanzas fue una de las más aventajadas en el aprendizaje. Y con el profundo orgullo por su raza, al hacerlo tan solo aspira a pisar las huellas de Vitalina.

RELATED ARTICLES

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

Ultimas