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Para los príncipes

Por: Fernando Hidalgo
El origen de las campañas “sucias” modernas, hay que encontrarlo en la campaña presidencial norteamericana de 1828, los demócratas, partidarios de Andrew Jackson, y los republicanos, partidarios de John Quincy Adams (ambos en bandos irreconciliables) comenzaron a difamar duramente al adversario. Su rivalidad se convirtió en odio, que dio paso a una auténtica batalla campal de difamación, mentira, y libelo.

El objetivo es responsabilizar, advertir al elector del tremendo error que significaría votar a alguien que esconde parte de su identidad o reniega ocultando, distorsionando, camuflando o maquillando la que ha sido su trayectoria. Se trata de culpabilizar al elector si decide votar a un candidato que parece una cosa pero que en realidad es otra. Las campañas negativas siembran dudas. Y provocan la frustración de los posibles electores, a los que se les descubre la impostura de su candidato preferido. Se produce una ruptura emocional y se debilita, hasta el punto de cambiar de preferencia, la conexión entre el candidato y su potencial votante.

Los procesos sucios, más que apartar, desbancar o descarrilar a un adversario, buscan destruirlo personalmente y, como consecuencia, políticamente. Mientras que en las negativas es la verdad la que se revela, en las sucias es la mentira, el libelo o, cuando no, es el delito contra la intimidad, la propiedad o la imagen personal lo que se utiliza.

No importan los medios, solo se persigue el fin. Y para ello se escarba en la vida privada con medios ilegales o amorales hasta conseguir fragmentos de realidad que puedan ser utilizados para construir un relato falso, pero altamente destructivo, ya que la calumnia se fundamenta sobre trazos verosímiles a los que se despoja de contexto e interpretación. Así, los procesos sucios, más que descubrir lo oculto, construyen una realidad imaginada sobre la base de percepciones y apariencias a las que se fuerza hasta adquirir la naturaleza de prueba irrefutable o dato definitivo.

A veces lo que se obtiene es justo lo contrario de lo que se perseguía. En los procesos electorales sucios como el gestado recientemente (y el beneficio que hipotéticamente causa sobre algunos de los candidatos, gracias a la lesión en la imagen pública del candidato atacado) a menudo actúan como un boomerang. Cuando esto sucede, el que tiró la piedra y escondió la mano, recibe un impacto imprevisto e indeseado en su propia cara del veneno lanzado. La serpiente acaba, muchas veces, mordiéndose a sí misma.

La política electoral corre el riesgo de sucumbir a la agresividad. Los estrategas, spins doctors y asesores, deben de obtener victorias, sí. Pero República Dominicana, y sus problemas, no se podrán superar desde las trincheras partidarias y los campos minados. La beligerancia debe tener límites: profesionales, éticos y legales. República Dominicana se juega su futuro y la cooperación entre partidos y entre las organizaciones sociales será clave para afrontar unidos los retos más importantes. Quien siembre odio, lodo y mentira, recogerá lo que se merece. Pero, además, lesionará la política democrática y la confianza de los ciudadanos en nuestros sistemas e instituciones.

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1 COMENTARIO

  1. Es parte de la solución al problema, porque la dictadura silente que estamos viviendo nace de un engaño tras bastidores que hoy es público, legal y consumado.

    Excelente trabajo

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