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Las vueltas de la vida

POR: HÉCTOR FRANCO – Abogado. Reside en Santiago Rodríguez.

Una persistente lluvia había vestido de gris el inicio de la primavera. Así sentía reflejados sus sentimientos encontrados, el señor José Joaquín Jerez.

Así pensaba mientras ocupaba asiento en una emblemática “guagua” que competía con una “jicotea”, por su lento andar.

En los más de 300 kilómetros que tenía que recorrer desde Santo Domingo hasta el legendario municipio de Loma de Cabrera, solo le quedaba vestirse de paciencia y resignación.

Juaco, como le llamaban sus familiares y amigos del barrio de Villas Agrícolas, aprovechó el viaje para sumergirse en recuerdos. Pensaba en su única hija, de la que se despidió cuando ella apenas contaba con algo más de dos años, donándola a quien pudiera darle mejor crianza. También recordaba el gallo manilo y la potranca negra, bienes que había heredado de su único tío, de quien también sacó la timidez que le dificultaba mantener conversación con las féminas.

Ya estaban llegando a Bonao, pero la mente de Juaco se había quedado 80 kilómetros y 20 años atrás. Por eso ni siquiera reparó en que María Elena, hermosa trigueña de extensa cabellera negra, quien, cubriéndose de la intensa lluvia, entró como bólido a aquella guagua hasta caer en el único asiento disponible, el número 54, al lado suyo.

Aunque María Elena, como por simple instinto, necesitó sacudir su cabellera, irrigando cara y camisa de Juaco, el hombre continuó divagando en sus recuerdos. En ese momento, a su memoria llegaba Rita, su siempre recordado primer amor.

Como si el pensamiento provocara su realidad, ubicándolo en sus veinticinco, Juaco, ahora con cuarenta y cinco años de edad, conservaba cara de niño y cuerpo atlético, a pesar de llevar una vida muy alejada de los ejercicios.

En una de las “cuchumil” paradas del trayecto, el chofer anunció que disponían de 15 minutos para “hacer sus necesidades” y buscar algo de comer.  Por una de esas razones difíciles de entender, Juaco y María Elena volvieron a coincidir en asientos para comer, esta vez de frente y chocando miradas. A pesar de no haber intercambiado palabras en el trayecto, fracciones de segundos fueron suficientes para lograr una inexplicable conexión entre ambos.

Pasados los quince minutos, que terminaron multiplicándose por dos, regresaron a la guagua para encontrarse con la noticia de que se había dañado la transmisión y que el mecánico no vendría sino hasta el día siguiente para arreglarla.

Cuando vinieron a reparar en lo complejo de la situación, en la pequeña posada solo quedaba una angosta habitación disponible, con una diminuta camita tipo sándwich. Ahí les tocó pasar la noche a Juaco y Rita. Ahí les correspondió concebir a Josefina. Ahí había “fabricado” Juaco a su primera hija, hacía justamente 20 años.

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