Por Sergio H. Lantígua
El silencio, es a veces más elocuente que las palabras». Es la inserción protocolar a esta apóloga narrativa. Vindicante, quise manipular la apalabrada metáfora como un justificativo a mi abstinencia de no «eslabonar» mi comento a la recua de protestas en contra del despectivo señalamiento hecho por un distinguido compueblano apodado «JOSE».
Como secuela de la lectura de su incitativo en este periodiquillo – como le moteja el deferente- surge el argumento para que a este bardo se le encabritase el *Othar de su musa inspirante y fraguara un poema alegórico.
Nunca concebí en mis años larvarios, cuando aún cortreteaba descalzo y semi-desnudo por los arrabales Sabaneteros en los años 1940-50, que arribar a una edad senil, pudiese ser embarazoso o fastidioso para aquellos que por su pubertad mental, todavía no pudiesen enarbolar una cabellera nívea como símbolo promocional de su longevidad o una espina dorsal con curvatura pronunciada por el pesado lastre de los años, mucho menos por un «chateo cibernético» vivencial.
Es indubitable, que quién así se expresa, impugnando dicha redundancia, y cito: «las historias entre estos ancianos sabaneteros» como un ente de culpabilidad por regurgitar sus añoranzas de una época deferente por su conspicuo romanticismo que a nadie perjudica y que al contrario, si la examinamos desde un contexto anecdótico, son cotejos de peripecias negligenciadas por el desbordante avance de la civilizacións, celosamente atesoradas en los baúles de aquellos vejetes, inculpados de convertir este medio digital en un asilo de remembranzas pospretéritas que a nadie cautivan.
Aquél que así se enuncie, debe tener en alta estima, un acicate irreverente que nutre su carencia de respeto como hábito, ni tampoco, haber tenido la inmensa alegría de haberse sentado en cuclillas alrededor de sus progenitores, abuelos o personas mayores para que le relatasen una de esas pueriles fábulas de Juan Bobo, Pedro Animal, las de Pepito con su doble sentido o le enseñasen el divertido lenguaje de la jerigonza (Papiamento).
Otra pauta que podríamos arbitrariamente asumir es, que por ser demasiado joven, no tuvo el privilegio de haber nacido en una época donde se amarraban los perros con longaniza, se vivía con las puertas desparrancadas, se sellaban los acuerdos con un apretón de manos, se consideraba el compadrazgo como un acto ecuménico, el ahijado se incaba para besarle la mano al padrino, los hombres se quitaban el sombrero para saludar a las damas, y a los muchachos nos daban fuete cada vez que cometíamos una travesura.
Me parece oirle argumentar: «pero ahora disfrutamos medios de transporte más moderno, una medicina más idónea, el teléfono inalámbrico, la televisión por cable, las computadoras, etc»., lo cual es parte del proceso de la relatividad evolutiva de una sociedad progresista.
En este acumular de vivencias, hemos aprendido – entre otras cosas – a ser benevolentes, y dadivosos en el indulto filantrópico, principalmente con esos que por su inmadurez, asumen este arquetipo de posturas, ignorando el factor «caduquez» que inexorablemente habrá de encaminarles por un trillo similar – si es que tienen la dicha – de esos a quienes hoy, les hechan en cara sus remembranzas cibernéticas.
Sería una negligencia inexcusable el no traer a colación al perdonador primario en la historia de la humanidad, nuestro Señor Jesucristo, quién en el acto de ser crucificado imploró a su Divino Progenitor: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen», porque creo, le calza a la perfección, al insolente amigo.
Por eso hoy, quiero impetrar a ese mismo Padre Celestial que le proporcione una luenga vida para que un día ya lejano pueda disfrutar con sus amigos carcamales, la indescriptible sensación rejuvenecedora que proporciona el compartir con los venturosos cofrades, un baúl atiborrado de hermosas remembranzas, similar al mío y el de los aludidos vejestorios.
*Othar, caballo perteneciente al rey de los Hunos – Atila.-
LA CALLADA ELOCUENCIA DEL SILENCIO
Me cautiva tu mutismo… Porque atrevido a tus espaldas me hace señas
Se te despabila el mesurado albedrío y se torna en conversata tu verbo
Porque sin que lo sepas indispensablemente balbuceas lo que oír deseo
Porque me faculta hurgar en el hermético dodma de tu súbito silencio
Me cautiva tu mutismo… Porque tu absorta mirada divulga elocuencia
Porque su desenfadado embarazo te descifra con impúdica prerrogativa
Me cautiva tu mutismo… Porque en él conjeturo tu disimulada tristeza
Los lapsos anodinos que domeñan tus noches de somnoliento fastidio
Cuando lo lascivo de mis buenas intenciones fornican tu frágil terquedad
Me cautiva tu mutismo… Porque en él asequio imbuirme en tus adentros
Me cautiva tu mutismo… Porque rendida no vituperas mis rancios amores
Porque mi denuedo te percibe como un portento exento de exabruptos
Cuando presagiantes tu corazonada y mi palpitar se alían con indulgencia
Me cautiva tu mutismo… Cuando en pesadillas me dialogas balbuceante
Y vociferas que me amas y te callo los labios suavemente con un beso
Así no despabilas mis recelos en el complejo pasatiempo que es el amor
Me cautiva tu mutismo… Porque en esos pueriles intervalos de mudez
No quiero que me digas nada. Privilegio el tácito silencio que nos arropa
Me cautiva tu mutismo… Porque párvulamente me lo manifiesta todo
Ora ausculto tu sincopado respiro, te doy otro beso y te volteas de espalda
Me cautiva tu mutismo… Porque me confidencia lo que tú siempre te callas
Que es esto Dios mio, que es lo que se quiere demostrar.
Sr. Ambiorix Popoteur: No podemos darle una contestación concisa a su aparente desconcierto por lo ambiguo de la interrogación. Lo que sí podemos asegurarle es nuestro eterno agradecimiento por haberse tomado la molestia de leer el impreciso escrito.