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Harto de la invasión haitiana

Por ODELIS ALSINA

El pueblo dominicano está cansado. Harto de ver cómo, día tras día, se vulnera nuestra soberanía sin que se tomen acciones firmes y sostenidas.

La entrada masiva e ilegal de haitianos a nuestro territorio ha dejado de ser un tema migratorio para convertirse en un asunto de seguridad nacional, de salud pública y de justicia social.

El mes pasado los hospitales del país, especialmente en zona fronteriza y grandes ciudades, estaban colapsados con parturientas haitianas. Mujeres que, muchas veces sin documentos ni seguimiento médico previo, cruzan la frontera para dar a luz gratuitamente en nuestros centros de salud. Esta práctica, que se ha vuelto habitual, recarga nuestro sistema y desplaza a las dominicanas que esperan ser atendidas.

Hoy, gracias a medidas temporales de control, las pacientes dominicanas pueden recibir atención médica con mayor rapidez. Pero esto es solo un respiro momentáneo. La situación sigue siendo crítica.

Lo que el pueblo reclama no es discriminación, sino protección. No es odio, es defensa. No podemos seguir siendo el único país del mundo que asume, sin apoyo internacional real, las consecuencias de la crisis de otro.

La soberanía dominicana no puede estar en duda ni ceder terreno bajo la presión de organismos internacionales que, en lugar de aportar soluciones concretas en Haití, pretenden imponer cargas a la República Dominicana. Nuestra nación tiene el derecho y el deber de proteger sus fronteras, su identidad y sus recursos.

A ello se suma un grave problema: mientras se deportan mil haitianos ilegales, regresan tres mil sobornando a militares dominicanos apostados en la frontera. Es una triste realidad que demuestra que, sin un control firme y sin una limpieza profunda en nuestras propias filas, cualquier esfuerzo será en vano.

La corrupción en los puntos fronterizos alimenta el círculo vicioso de la invasión y traiciona el sacrificio de quienes luchan legítimamente por preservar nuestro país.

En este clima de cansancio nacional, han surgido pronunciamientos firmes desde distintos sectores. Algunos han advertido que, si los haitianos se atreven a marchar en la Plaza de la Bandera —símbolo sagrado de nuestra dominicanidad—, serán sacados a patadas. Aunque estas declaraciones reflejan un sentimiento de indignación popular, también son un llamado de atención que las autoridades no deben ignorar.

La tensión es real. El sentimiento de defensa nacional crece. Y lo que está en juego no es solo el presente, sino el futuro de República Dominicana.

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