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Entre ceja y ceja

 (Relato)

Por: Sergio Reyes II.

En principio, todo aparentaba ser un simple juego. Uno de esos aguerridos lances en los que se enrumba un joven con arranques de locura, dispuesto a dar el todo por el todo tan solo por demostrar al mundo y a sí mismo los extremos a que puede llegarse, en aras de una alocada pasión -como lo son todas las que nos arropan a esa edad-.

Comenzó como una apuesta consigo mismo, que se mantuvo en secreto hasta que, llegado el momento, ya no había oportunidad de dar marcha atrás.

Muchos factores estaban de por medio: el amor propio, los ardores de juventud y, por sobre todo, un par de ensoñadores ojazos, con un discreto encanto noroestano, que fulguraban en la oscuridad, señalando, cual faro, el camino a seguir, en una infinita noche de verano.

Poseído de un enervante frenesí que le impele a seguir adelante, desafiando los peligros que acechan amenazantes en cada recoveco de la inhóspita carretera, el indómito enamorado se desplaza envuelto en penumbras cual jinete de su potente motora, descontando de más en más los kilómetros que le separan de su amada.

Por boca de esta ha podido elaborar un cuadro, más o menos exacto, del panorama que se enseñorea en el ámbito del Cerro Bar, en Monción, en la festiva ocasión de sus fiestas patronales y el despliegue de rumbas y jolgorio que se desprende de tales celebraciones.

Por demás, en lo más recóndito del tímpano repican, en remedo de repetitivos ecos, las palabras de su amada, dando cuenta del pesar que ensombrece su noche, ante la imposibilidad de poder celebrar, juntos, la rumbosa festividad que acapara todo el ámbito de la población, en estos días.

A tono con ello y sin mayor análisis, se lanzó a la carretera, haciendo mutis del crepúsculo inminente, con la firme intención de llegar a tiempo hasta la distante población.

Ni siquiera en lo más recóndito de su espíritu pueden tener cabida sentimientos de temor ante lo incierto de la hora y la desolada carretera que tiene de frente. Para el impetuoso joven solo importan los latidos que de manera envolvente retumban en el lado izquierdo de su pecho y, ante tales imperativos, la prevención y ecuanimidad de nada valen.

‘La Tinaja’, en la salida de Santiago, fue su más reciente posta. Para respirar profundo, beber abundantes sorbos de agua y, de paso, echarse hasta lo más profundo del gaznate, generosos tragos de Brugal Añejo, su preferido para casos como el que nos ocupa.

Y de nuevo, a cabalgar en su motora como un poseído, teniendo a la inmensidad de la noche como testigo y la complicidad de cocuyos y animitas zigzagueando a ambos lados de la platinada vía que le acerca, de más en más, a los brazos de su amada.

Los poderosos ronquidos del potente R15 que le acompaña desde hace más de 5 años al extremo de aparentar que, cual centauro, ambos constituyen una sola estructura, le indican que debe detenerse en la próxima gasolinera que tenga a la vista, para reponer el combustible consumido.

Y una vez resuelto el incidente, con la confianza que le ha caracterizado siempre, reinicia el recorrido, sintiendo en su pecho, en sus carrillos y en pleno centro de su frente, la tibia brisa de la línea noroeste y sus linderos, que le avisa, sin lugar a dudas, que ya se encuentra en tierra de sol y sal, de cimbreantes palmeras, de llanuras infinitas y encrespadas serranías.

Esperanza y Mao, que en años anteriores constituían la delicia de sus viajes por estos lares, fueron vistos pasar de manera fugaz por el impetuoso viajero; otras prioridades dominan sus sentidos en esta ocasión. El cruce de Cacique, con todo y sus conocidas delicias culinarias, en esta noche solo pudo despertar en José el apetito de una refrescante gaseosa, acompañada de unos cubos de hielo y una rodajas de limón, para entonar el trago y aclimatar más aun el espíritu, para el inminente encuentro con la amada, distante y cercana a la vez: tanto como la capacidad de su potente motocicleta le permitiese remontar.

A tono con el agridulce y travieso juego que había estado ensayando en el curso del día desde el mismo momento en que asumió la corajuda decisión de partir sin más ni más hacia la población de Monción en la intención de llegar de sorpresa al lugar en que su amada habría de estar compartiendo las festividades pueblerinas con un dejo de pesar ante la imposibilidad del novio en acompañarla, José marcó, por enésima vez, los dígitos en la pantalla de su teléfono celular, para percibir el tono de la situación imperante en el escenario de la sala de fiestas.

Al igual que las veces anteriores, el pesar se adivinaba en las entrecortadas palabras de Yadira, mientras daba cuenta con aires de desencanto del ambiente que prevalecía en la rumbosa actividad, el cúmulo de asistentes y la euforia de los fiesteros.

Para ella, que llevaba a flor de piel y a mucha honra el calenturiento espíritu de las mujeres noroestanas, en esta desolada noche solo tenían cabida los taciturnos pensamientos que le elevaban por encima del cálido ambiente de la noche y le transportaban, en alas del sentimiento, hacia los brazos de su amado, que hubo de quedar en la lejana ciudad Capital, imposibilitado de acompañarle en esta noche como lo habían estado planeando desde un tiempo atrás.

Por momentos, en el ánimo de José pugnaba por tomar cuerpo la posición de sacar a la amada del pesar que le embargaba y confiarle, lleno de alegría, la buena nueva del inminente encuentro con ella, cercano como se encontraba en estos momentos, a menos de 15 kilómetros de distancia.

Pero, no! Había que seguir adelante con la broma, confiado en la profunda emoción que habría de causarle con la impresión del momento del encuentro.

Así las cosas y siguiendo al pie de la letra el libreto que había elaborado para la ocasión, como al descuido, José inquirió sobre detalles que podrían parecer nimios, si se toma en cuenta que este se encontraba -supuestamente- en la ciudad capital, arropado por la abulia y apenado, al igual que Yadira, a causa de la fortuita separación que les afectaba: ubicación de la mesa en que se encontraba la amada, quienes le acompañaban, qué bebidas degustaban, y otras minucias.

Y para cerrar con broche de oro y de manera mucho más inexplicable aún, José inquirió por detalles tales como la forma y colores de la vestimenta que llevaba puesta Yadira en la ocasión.

Con la incógnita plantada en lo más profundo de su ser, la joven regresó al seno de la bulliciosa concurrencia que le acompañaba, resignada a terminar de pasar la velada de la mejor manera posible, sin hacer sentir apenados a sus primos y demás amistades.

-‘Otro día será!’-, pensó para sus adentros.

Casi al filo de la medianoche, el atronador bramido de una potente motocicleta irrumpió en el seno de la taciturna población serrana, sobresaltando los ánimos de la gente humilde que habita en la periferia y los linderos. Las luces y el sonido de los altavoces provenientes de la privilegiada ubicación a manera de atalaya en que se encuentra enclavada la legendaria sala de fiestas, sirvieron de guía al enfebrecido galán, lo que le permitió a este avecindarse hasta el mismo montículo del Cerro Bar, sin necesidad de preguntar a nadie.

Abriéndose paso con dificultad por en medio de la muchedumbre y gracias a las señas que pudo obtener en la conversación previa con Yadira, en poco tiempo pudo ubicarse en una posición desde la que podía dominar todo el escenario, al tiempo que se mantenía de incógnito.

¡Haciendo galas de hombre de mundo, avezado en cosas del amor y la galantería, se jugó dos cartas, contundentes y decisivas, como lo requería el momento!

Una de ellas lo fue solicitar al Disc Jockey, una canción que revestía un profundo significado, tanto para Yadira como para él.

El siguiente paso lo constituyó el pedido de una orden de bebidas para ser llevadas directamente a la mesa en que se encontraba la amada y compartes. El servicio de tragos incluía una Piña Colada, para serle servida a Yadira en particular, y el camarero tenía la misión expresa de informar que todo aquello iba como cortesía de ‘un admirador’ de la damisela en cuestión.

Con el espíritu conturbado por la emoción, Yadira apuró los primeros tragos de la bebida tantas veces disfrutada en compañía de José, en sus infinitas noches de juergas y veladas en el ámbito de la vida estudiantil, en la añeja academia de la metrópolis capitalina en la que ambos cursaban estudios universitarios; y pasando de una emoción a otra comenzó a escuchar, primero de manera ininteligible y luego con mayor precisión, los pegajosos acordes de una canción popular que, para ambos, revestía un significado especial.

Cubierta por el envolvente paroxismo de la emoción, pudo escuchar con la potencia de los altavoces el mensaje directo del Disck Jockey, en el que informaba a toda la concurrencia, pero de manera especial a Yadira, que aquella canción le estaba siendo dedicada por José, quien acababa de llegar directamente desde la capital, pilotando su poderosa motocicleta Yamaha R15, con la intención de acompañar a su amada en las fiestas patronales de la población.

Y para despejar cualquier duda al respecto, abriéndose paso por entre la infinidad de danzantes que abarrotaban la pista al son de la pieza musical, aquella noche todos pudieron ver la garbosa figura de José, quien, trago en mano y de manera triunfante se acercaba hacia el lugar en que se encontraba su amada, dominada por la emoción e incapaz de articular palabra.

Aquella noche, en el Cerro Bar del poblado de Monción, en la provincia noroestana de Santiago Rodríguez, la canción en ritmo de bachata Voy pa’llá, de Anthony Santos, adquirió su más alta dimensión.

Y hasta el día de hoy, Yadira y José aún recuerdan con nostalgia el impactante poder de las letras de la canción que se le atravesó entre ceja y ceja al impetuoso enamorado, llevándole a sortear peligros e imprevistos recorriendo medio país trepado en su poderosa motocicleta, bajo el poderoso impulso de esa divina locura que algunos llaman amor.

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