Es indiscutible que el maestro constituye el centro del quehacer educativo en la escuela. De él depende, fundamentalmente, que la escuela logre transformar a quienes van a sus aulas.
Una buena escuela y un buen maestro son la clave para lograr que sus estudiantes se conviertan en ciudadanos ejemplares, en forjadores de núcleos familiares sólidos y en miembros productivos de una sociedad solidaria capaz de crear riqueza y compartirla con todos los ciudadanos.
Las investigaciones educativas han mostrado que una escuela con maestros y directivos efectivos logra contrarrestar la influencia negativa que el medio social y familiar pueden ejercer sobre el rendimiento académico de los niños de familias de sectores menos favorecidos.
En una sociedad caracterizada por terribles desigualdades sociales como la dominicana, constituye una necesidad tener escuelas y maestros de la más alta calidad como medio para lograr que sus estudiantes puedan superar la barrera de la pobreza y escaparse de las condiciones que los inducen a la delincuencia y a los comportamientos antisociales.
Esta necesidad social de tener un sistema educativo de calidad, cimentado en un cuerpo docente de la más alta calidad, convierte en un imperativo impostergable que el Estado dominicano asuma como política pública prioritaria el crear las condiciones necesarias para que a la profesión docente fluyan los jóvenes de más talento, de mayor creatividad y de probada vocación de servicio.
En este Día del Maestro el mejor homenaje que podemos hacerle a quienes han dedicado su vida a una tarea tan noble, es demostrar con hechos que estamos dispuestos, como sociedad y como gobierno, a rodear el quehacer del maestro de las condiciones y la estima social que una labor de tanta trascendencia para la nación merece. Tenemos que exaltar al maestro, no sólo con palabras sino con hechos.
La sociedad dominicana en las últimas décadas ha fallado en asumir el compromiso que tiene con la educación.
Sus niveles de inversión, la prioridad de sus gastos y la atención a la educación no se corresponden con el nivel de desarrollo del país ni con los retos que enfrenta.
Estas falencias han hecho que el sistema educativo se deteriore y la sociedad, en vez de asumir su responsabilidad, injustamente busca en el maestro el culpable.
Es hora de reconocer que el maestro, lejos de ser culpable, es la víctima de un sistema que no ha logrado elevar nuestra educación al umbral que merece.
Celebremos este Día del Maestro reconociendo las virtudes que tiene el maestro y asumiendo el compromiso de transformar la realidad educativa hasta lograr que éste tenga las condiciones de trabajo y la estima social que se corresponde con la noble tarea que la sociedad ha puesto en sus manos: apoyar a todos los niños y niñas de nuestra sociedad a crecer como personas y como ciudadanos.
Radhamés Mejía es educador