Por Sergio H. Lantígua
Motivado por una persistente presión arterial, hacen unos cuantos meses atrás, tomé la subjetiva determinación de ausentarme temporalmente de la palestra divulgable.
Pero la circunspección de ésta vituperable alternativa, impugna la aquiescencia de abstenerme y no eslabonar mi pluma quijotil como espaldera injerente para defender el alegato impugnado a nuestro impoluto amigo y compueblano, Dr. William Lora.
Aunque me considero ser un amigo veraz, no obstante en esas pingües oportunidades en que me ha sido preciso analizar el engorroso tema de la amistad desde una arista apática, siempre he recurrido a un salomónico consejo que me diese mi padre y que según su certificación, nunca pifiaba cuando de escrutar a quienes eran nuestros verdaderos amigos se trataba; porque en su curtido discernimiento, habían tres situaciones en la vida de cualesquier ser humano que descollaban de una manera conclusa a quienes podríamos considerarles como tal:
A) Esos que en momentos de apuro nos tendiesen su desinderesada mano.
B) Los que nos visitasen en el hogar, o el hospital, cuando estuviésemos enfermos.
C) Y aquellos que nos honren con su visita al cementerio, se destocan e hincan ante nuestra tumba en señal de respeto por el amigo interfecto.
Quise titular este asertorio «Del alborozo a la incredulidad«, como un patrón sintetizante del regocijo experimentado, al enterarnos de su designación como administrador del hospital de nuestro pueblo. Esbozo de la indubitable amistad, admiración y cariño de hermano, al Dr. William Lora, a quién en repetidas ocasiones le he aseverado que «después de su deceso de seguro tendrán que canonizarle» por sus incontables acciones filantrópicas. Por su desprendimiento personal ante los menesterosos del litoral, regiones y pueblos aledaños que asisten a su práctica privada. Por su carencia de ambiciones materialistas. Por su honestidad y cometido como padre de familia. Probo en todo el sentido de la palabra y a la misma vez, nuestro pirronismo ante las acusaciones en litigio.
Soy un férvido incondicional de las fábulas Salomónicas, y de Samaniego e Iriarte, entre otras, porque sus moralejas siguen siendo aplicativas a contingencias coditidianas y aunque la citada a continuación, sea o no, hija o hijastra de uno de los concausa referidos, voy a usufructuarla en la correlativa analogía: «No se sabe lo que se tiene hasta que no se pierde«. Cuál es la trascendencia de ésta rancia advertencia? Los habitantes de nuestro terruño, solo sabrán aquilatar la cuantía del Dr. William Lora, el día en que por insidias mal intencionadas, por herencias adredes derivadas de gerencias precedentes, o por alegorías improbas, tenga que abdicar a ese ministerio desde donde tiene la ascendencia de seguir los designios del Dios o padre de la medicina de la mitología Griega, Asclepios.
En mi humilde y ausente opinión del lar nativo, queremos expresarle y por ende, reiterarle a nuestro gran amigo y hermano, Dr. William Lora, nuestro patrocinio inextinguible en estas horas de designios espúreos.
Desde Pennsylvania, USA.
Sergio H. Lantígua
Señor Lantigua.
Con todo el respeto que usted merece, Quiero decirle que la palabra espureos, no es la correcta, se dice ESPURIO.
Si usted quiso decir ESPURIO, esta palabra significa, Bastardo, que se aplica a la persona que ha nacido de una muje
Dr. Jorge Ignacio Rodríguez Peña: Como un precepto en nuestra conducta y por respeto al criterio impropio, siempre he soslayado el antagonismo pueril, y por ende el vilipendio que conduce a la plebeyez, pero dada la circunstasncia y a manera de corte
Buenas noches Don Sergio.
Excúseme si le ofendí, yo entiendo que no le falte el respeto, porque dentro de un pensamiento diferente debe haber un respeto mutuo.
Es una falta grave de mi parte.
Aprendí de mis Padres a respetar a los mayores de ed