Existe una relación entre el número de deposiciones semanales, la microbiota y el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas.
Hay enfermedades que afectan a la regularidad del intestino, provocando diarrea o estreñimiento. Pero al mismo tiempo, la frecuencia con la que vamos al baño puede afectar a nuestra salud al alterar la actividad de la microbiota y, por tanto, el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas, como insuficiencia renal, trastornos hepáticos y gastrointestinales. La pregunta, por tanto, es sencilla: ¿con qué frecuencia debemos defecar para mantenernos sanos? La respuesta la da un estudio que acaban de publicar en la revista Cell Reports Medicine investigadores del Instituto de Biología de Sistemas, que fija en una o dos veces al día el ritmo intestinal ideal para mantener una microbiota sana, y con ella todo nuestro organismo. Pero, ¿por qué?
¿Cómo hicieron el estudio?
En los últimos años se ha demostrado que la microbiota, el conjunto de microorganismos que habitan en nuestro aparato digestivo, influye en la salud de múltiples maneras: media en el desarrollo y en el funcionamiento del sistema inmunitario, la actividad del sistema nervioso, la absorción de nutrientes y el almacenamiento de grasas. Su composición depende de multitud de factores, entre ellos la frecuencia de excreción, que a su vez está influida por la dieta, la hidratación, la actividad física, la ingesta de medicamentos y mucho más. A pesar de ello, escriben los autores del estudio, “los médicos rara vez prestan atención a la regularidad intestinal de sus pacientes y, a menos que existan anomalías realmente importantes, el estreñimiento y la diarrea suelen considerarse simples molestias con las que hay que convivir”.
Por ello, los investigadores del Instituto de Biología de Sistemas decidieron comprobar si la frecuencia con la que una persona sana va al baño puede modificar su microbiota y su metabolismo, y en qué medida. Para ello, preguntaron a 1,400 voluntarios, que proporcionaron información sobre su estilo de vida y la frecuencia media con la que defecaban semanalmente, así como muestras de heces y sangre con las que analizar su estado de salud y el de su microbiota. A continuación, se dividió a los participantes en cuatro grupos, en función de la frecuencia con la que defecaban: estreñidos (una o dos deposiciones semanales), un grupo de frecuencia normal baja (de tres a seis deposiciones semanales), un grupo de frecuencia normal alta (de una a tres deposiciones diarias) y diarreicos (cuatro o más deposiciones diarias). A continuación, los investigadores examinaron las características metabólicas, demográficas, genéticas y del microbioma de los miembros de los cuatro grupos, buscando diferencias significativas en la salud relacionadas con la frecuencia de las deposiciones.
Los resultados
Para empezar, las características más asociadas con la frecuencia de las deposiciones fueron la edad, el sexo y el índice de masa corporal (una medida de si se tiene sobrepeso y cómo es). La edad temprana, la pertenencia al sexo femenino y un índice de masa corporal bajo (que identifica a una persona extremadamente delgada) estaban especialmente relacionados con la probabilidad de estreñimiento.
Si nos fijamos en la microbiota, la presencia de bacterias implicadas en la fermentación de la fibra alimentaria (como las del género Bacteroides), consideradas beneficiosas para la salud, era mayor en los participantes que declararon una frecuencia media de una o dos deposiciones diarias. En los estreñidos, eran más frecuentes las bacterias asociadas a la fermentación de proteínas, y en los diarreicos las de las partes superiores del sistema gastrointestinal. En ambos casos, se trata de indicios de posibles problemas de salud a largo plazo.
«Las investigaciones de los últimos años han demostrado que la frecuencia de las excretas puede tener un impacto importante en el funcionamiento del ecosistema intestinal», explica Johannes Johnson-Martínez, primer autor del estudio. «Concretamente, si las heces permanecen demasiado tiempo en el intestino, los microorganismos presentes utilizan toda la fibra dietética disponible, que se fermenta para producir ácidos grasos beneficiosos de cadena corta. Sin embargo, una vez que se acaban las fibras, el ecosistema intestinal pasa a la fermentación de proteínas, que produce varios subproductos tóxicos que pueden llegar al torrente sanguíneo».
Come frutas y verduras
De hecho, las investigaciones han demostrado la presencia de varios subproductos tóxicos de la actividad de una microbiota desequilibrada en el organismo de estreñidos y diarreicos. En el caso de los primeros, los análisis de sangre mostraron una mayor prevalencia de subproductos de la fermentación proteica conocidos por dañar los riñones, como el sulfato de p-Cresol y el sulfato de indosilo, toxinas urémicas que han sido implicadas en la génesis y progresión de la enfermedad renal crónica. En el caso de los diarreicos, en cambio, los niveles de sustancias potencialmente dañinas para el hígado eran más elevados.
Obviamente, como decíamos, la relación entre la frecuencia con la que se va al baño, la salud de la microbiota y la del organismo no es unidireccional. Pero los resultados parecen indicar que una mayor atención a la regularidad intestinal puede tener efectos importantes en la prevención de enfermedades crónicas. «Este estudio muestra cómo la frecuencia de las excreciones puede afectar a todos los sistemas de nuestro cuerpo, y que defecar con una frecuencia anormal puede ser un importante factor de riesgo en el desarrollo de varias enfermedades crónicas», explica Sean Gibbons, uno de los autores de la investigación. «Estas pistas pueden sin duda orientar nuevas estrategias para controlar la regularidad intestinal, incluso en poblaciones sanas, con el fin de optimizar la salud y el bienestar».
La dieta rica en frutas y verduras, la actividad física frecuente y la atención a la hidratación corporal fueron los tres factores que resultaron más predictivos de pertenecer al grupo de participantes que iban al baño una o dos veces al día. Hábitos saludables que ayudan a prevenir enfermedades crónicas y, al parecer, también mejoran la regularidad intestinal.
Artículo publicado originalmente en WIRED. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy.