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Chocolate en bola, a la vieja usanza

POR: SERGIO REYES II – Periodista Reside en New York. 

Hace algunos años, muchos, que Hipólito Reyes llegó a los predios de la frontera dominicana, con familia y todo e insuflado de ánimos y esperanza, a iniciar una nueva vida, un poco más disipada y ajena de peligros, sobresaltos y avatares como los que caracterizaron su existir, en tiempos de ‘concho primo’.

En pequeños grupos, que pudiesen ajustarse a los parámetros exigidos a todo aquel que quisiese aplicar en calidad de ‘colono’, fueron llegando los miembros de aquel abigarrado núcleo familiar, con un montón de ilusiones aprisionadas junto a los sacos, árganas y demás envoltorios en los que transportaron sus escasas pertenencias.

Provenían de diversos puntos, ubicados en su mayoría en los territorios de las comunidades de Salcedo, Tenares, Moca, San Francisco de Macorís y La Vega, principalmente.  Y junto a infinidad de trastos, cacharros y enseres de cocina que acarreaba el clan familiar, el viejo Hipólito se cuidó de echar en las alforjas algunos frutos, semillas y plantas que habrían de servirle en los afanes agrícolas y la nueva etapa de vida campesina que pretendía acometer en las enigmáticas y, en cierto modo, desconocidas tierras de la ardiente frontera.

Mangos de variada especie, jugosas naranjas y toronjas, piñas ‘Pan de azúcar’, Pan de frutas (o Albopan, como solía decir el abuelo), batatas ‘Yema de huevo’, auyamas, ñames, Jagua y Mamón, entre otros frutos y rubros de producción agrícola, comenzaron a arribar a los campos de Dajabón desde los primeros años de impulso de la denominada Colonización fronteriza, establecida a capa y espada y con fines expansionistas y de control hegemónico por la dictadura trujillista, a partir de la consumación del genocidio en masa perpetrado a lo largo y ancho de la frontera dominico haitiana, en contra de miles de nacionales haitianos en los meses finales del fatídico año 1937.

Y junto a los ya citados, en los macutos del viejo también llegaron el aromático café y el estimulante cacao, componentes fundamentales en la dieta diaria de gentes como ellos, aclimatados a la vida campesina y la lucha por la supervivencia, que habían visto transcurrir sus vidas en predios establecidos en las empinadas lomas cubiertas de profusa vegetación y surcadas por mágicos senderos que se abren paso desde Tenares hasta Gaspar Hernández.

Independientemente de la logística puesta en vigor por los estrategas del régimen en materia agrícola, quienes dieron alta prioridad a los cultivos de maní, guandul y yuca (dulce y amarga), entre otros rubros, así como el impulso de la crianza de ganado (bovino,  porcino y caprino) y diversas aves de corral, lo cierto es que el viejo y su abigarrada prole nunca dieron su brazo a torcer y, de la manera que pudieron y en bien seleccionados y atendidos espacios de los terrenos que les fueron asignados para el cultivo, a la sombra y en el curso de las cañadas, siempre hubo lugar para la multiplicación, de manera cuasi silvestre, de aquellas matitas de café y cacao, que formaban parte de sus desvelos.

Con el andar de los años, la frondosa y mullida vegetación que caracteriza los montes y serranías de gran parte del territorio de Capotillo, Loma De Cabrera, Carrizal y Restauración, principalmente, se convirtió en el terreno propicio para la siembra y multiplicación progresiva del café y del cacao, gracias en gran medida al decidido impulso encaminado por los ministerios de Agricultura y Medioambiente y a la dedicación y esmero puestos en práctica por los lugareños de los citados lugares. Los daños infligidos por las plagas y ciertos niveles de desidia oficial han contribuido a mermar la calidad y productividad del café; sin embargo, con el cacao ha venido produciéndose un repunte que augura un provechoso futuro en las alcancías de los humildes productores fronterizos. 

Intentando seguir los pasos del viejo Hipólito,  la amplia visión de miras y sus desvelos por apuntalar a la familia, cuando decidió, hace casi 8 décadas, establecerse de manera definitiva en la frontera, hemos querido  aportar un  grano de arena en lo que podría ser, dentro de algunos años, un proyecto de desarrollo socioeconómico familiar y comunitario, que beneficie a los pequeños productores de cacao establecidos en diferentes puntos del Distrito Municipal Capotillo, a la vera misma de la frontera en donde conjugan sus aspiraciones y vicisitudes comunes. Para ello, hemos dado inicio a la elaboración de chocolate a la vieja usanza, tostado, pilado y amasado para dar forma a esas bolas rusticas y artesanales que, de niño y en tantas alucinantes noches vimos a Vitalina procesar en el pilón, para darle el rico y nutritivo sustento a toda la familia.

De aquellos días junto al fogón y a la rustica y renegrida paila rebosante de ardiente y espumoso chocolate elaborado por la abuela, guardo trozos infinitos de mis mejores años de infancia y al rememorarlos se agiganta en el tiempo el cariño a los viejos y la veneración infinita por los saludables ejemplos que nos legaron.

VITALITO (por Vitalina Jiménez e Hipólito Reyes) es nuestro homenaje a quienes nos forjaron en la cultura del trabajo, la honradez y el esfuerzo por salir adelante, haciendo mutis de las privaciones y dificultades de la rutina diaria. Más que una ‘Marca País’ o ‘Marca Región’, -como está en boga en estos días-, nos esforzamos por establecer un producto saludable, que contribuya a nivelar la economía de nuestra gente y que llene de sabor a sus consumidores.

Y con sus presentaciones de chocolate artesanal en bola (con canela, nuez moscada y otras especias), en polvo -tipo Cocoa-, y la más reciente modalidad del Chocolate gourmet (con pasas, miel y maní, para degustar con vinos), pretendemos invadir su paladar y abrir las puertas de su corazón, para establecernos como dueños y señores de su preferencia.

Sin más preámbulo, sometemos a su soberana evaluación el fruto de nuestros desvelos: VitaLito, ¡el dulce y mágico sabor de la frontera!

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