Cantata de invierno en primavera: Civilización y Barbarie
Por Gerardo Castillo Javier
Discurría el año 212 A. C. y los romanos tomaban por asalto a Siracusa. Arquímedes, quien alguna vez peleó con éxito contra los romanos usando las catapultas inventadas en el s. lV a. C por los ingenieros que trabajaron al servicio del tirano Dionisio de Siracusa, ajeno a la batalla, se encontraba absorto en los detalles de un problema que había diagramado en la arena y que procuraba resolver. La soldadesca irrumpió en el patio y Arquímedes quizá advirtió al soldado más próximo: ¡Por favor, no pises los diagramas! La tradición sostiene que el soldado le mató en el acto.
La cultura del poder occidental llamó bárbaros a quienes hablaban una lengua diferente, y luego, a los pueblos que se propusieron conquistar. Inicialmente, el vocablo carecía del sustrato despectivo que le caracteriza, pero a partir de la Edad Media, los civilizados de entonces, lo usaron con la intención de descalificar a quienes tenían una visión de la realidad diferente a la de ellos; y para la época del «descubrimiento» y conquista de América (No de Estados Unidos), los europeos se asignaron la tarea de llevar la «civilización» a todo el planeta.
Dada la naturaleza de las palabras no siempre es posible establecer la relación entre el significado actual de un vocablo y su significado más primitivo. Sin embargo, la oposición implícita entre las palabras civilización y barbarie se ha mantenido más o menos inalterada desde la Edad Media. A sabiendas de que el ganador es quien cuenta la historia, el poder a impuesto el significado a las palabras, de tal suerte que las personas civilizadas son las que han alcanzado determinado grado de «refinamiento» o progreso. De lo que se deduce que, por un lado, hay individuos y grupos sociales civilizados, instruidos; y por el lado opuesto, individuos y grupos burdos, igual que pueblos avanzados y pueblos primitivos, salvajes.
Yo, que crecí en un pequeño pueblo y que mantuve durante muchos años una estrecha relación con los hombres y mujeres del campo carentes de instrucción, de escolaridad, siempre vi con ojerizas esa truculenta oposición. Y los años y los datos me dicen que no me equivocaba. Es cierto que sacrificar animales en rituales religiosos es parte de las prácticas del vudú, y también es cierto que cientos de miles de aborígenes americanos vivos, como escribió el poeta chileno Pablo Neruda, se convirtieron, por fuerza de la fe, la cruz y la espada, en cristianos muertos. Es cierto que en algunos pueblos de África se practica todavía la abominable ablación del clítoris, y no es menos cierto que en Europa y América se trafica con mujeres y hombres para prostituirlos en cualquier parte del mundo.
Podría escribir una larga y triste lista del salvajismo de los pueblos civilizados pero no es la intención de estas palabras sumar horror a nuestras vidas.
He querido decir que la condición de salvaje o de civilizado ya no la determina el nivel de instrucción escolar que recibimos ni el uso de ciertos instrumentos y maneras en la mesa; no la determina nuestro dominio de la tecnología ni el apego irracional a una idea o a una fe. Arquímedes así lo había entendido, llegó a comprender que el respeto a la condición humana debe estar por encima de todos los intereses, por eso, y a sabiendas de que se enfrentaba a la máquina de guerra mejor dotada, permaneció indiferente a la última batalla en Siracusa. El hombre que había inventado la palanca, el tornillo sin fin, el tornillo elevador de agua, la rueda dentada, la balanza hidrostática y otros instrumentos para el progreso de los hombres moría ante un problema sin resolver a manos de alguien que solo sabía destruir.
Que el amor, una buena memoria y la palabra sean tus únicas armas. Y que Dios nos proteja de la civilización de la guerra.