Por: Sergio Reyes ll.
Llegas a la casa, taciturno como cada día. Arrastras los pasos, te cambias la ropa, apuras el rito de la cena que con tanto cariño y dedicación preparó tu hermana para tí.
Temprano en la mañana de este día, el tráfago citadino, con su vendaval de tareas, compromisos y obligaciones, apenas te permitió una escala fugaz en la capilla de La Encarnación, vecina al edificio en donde por décadas habitó la vieja y parte de la familia.
Unas frases al viento, una sentida oración elevada al altísimo y una despedida, bastaron para llenar de aire los pulmones y de aliento la entereza.
… Y el maremágnum de la obligada labor te arrastró hasta bien entrada la tarde y la galopante noche que, en estos días de otoño, se adelanta impaciente, huyéndole al frío y a la nostalgia. Y estas sólo, una vez más y como siempre, pasando balance al recuerdo de cada hora, minuto y segundo de aquella triste noche en que quedaste irremisiblemente huérfano de madre y por segunda vez.
El reloj marcó las once y veinte. Todo un mundo de recuerdos felices, enseñanzas y valoraciones positivas se iban, de golpe y porrazo, con la partida de esa alma buena, abnegada y esforzada, que convirtió en sacerdocio el amor y la dedicación por su familia y allegados.
Faltan apenas unos instantes para que el reloj marque de nuevo, con dolorosos campanazos, los minutos y segundos precisos en que dejó de latir el corazón de la vieja. Sentado en mi rincón espero la hora que rememora el dolor, la agonía, la liberación de una dilatada etapa de achaques y sufrimientos de Mamá. Un cúmulo de emociones se entrecruzan en mi mente mientras rememoro las amargas incidencias de aquella noche. Pero, por encima de la angustia, del dolor y la impotencia, sobresale el orgullo y la valoración de todas las cosas buenas y positivas que mi Madre me inculcó durante la larga y provechosa estancia que disfrute a su lado.
Sé que nunca podré superar su ausencia. Nada ni nadie podrá suplir ni cubrir su falta. Pero su recuerdo y su ejemplo vivirán por siempre dentro de mí, ayudándome a ser una mejor persona, un mejor padre y alguien útil a la sociedad.
Ése, es el mejor recuerdo que conservo de Cornelia, dentro de mí.
¡¡Descansa en paz, Madre adorada!!