Por: Fernando Hidalgo Jiménez.
La corrupción consiste en la violación de una obligación por parte de un decisor con el objeto de obtener un beneficio persona extraposicional de la persona que lo soborna o a quien extorsiona, a cambio del otorgamiento de beneficios para el sobórnate o el extorsionado, que superan los costos del soborno o del pago o servicio extorsionado.
El estudio del fenómeno de la corrupción suele ser enfocado desde dos perspectivas que dificultan su comprensión y condicionan su precisión conceptual. Una de ellas es la llamada perspectiva de la modernización; la corrupción seria un fenómeno político de los regímenes políticos no evolucionados, es decir, que cuanto mayor sea el grado de desarrollo o modernización de una sociedad política, tanto menos habrá de ser el grado de corrupción.
La segunda perspectiva es la de moralidad. A diferencia de la primera, ella es parcialmente verdadero pero tiende o bien a establecer una relación dudosa a considerar que todos los casos de corrupción son moralmente reprochables.
Algunos autores afirman que el individuo tiende a imitar a sujetos que socialmente se encuentra colocado en una categoría inmediatamente superior, por ejemplo: los niños imitan a sus padres cuando éstos por proceso sico-sociales dejan de constituir un modelo a imitar, y ya en la proximidad de la adolescencia el joven muestra una alta propensión a tomar como modelo de conducta al maestro, si éste es poseedor de atributos; otras veces su modelo de conducta lo será el joven de mayor de edad y que por lo general constituye el núcleo de una pandilla, en fin esta cadena de imitación va formando al joven que en el futuro será la copia fiel de lo haya visto y aprendido durante su niñez y adolescencia.
Es evidente que en la actualidad estamos cara a cara con lo que algunos sociólogos han llamado el proceso de inversión de valores; en la sociedad dominicana y otros que cuestionan respecto a si real y efectivamente nuestra sociedad tenía esos valores.
La corrupción pública ausente de toda persecución se comete porque el autor del delito a sabiendas de que la justicia es aun débil, flexible y en ocasiones permisible en el escarmiento y que en lugar del reproche social recibirá respecto y admiración. De modo, pues, que la gravedad del delito no se reduce a la lesión que causa a la sociedad el privar al Estado de mejorar los servicios esenciales a favor de la colectividad sino que la lesión trasciende al campo social actuando como un virus corruptor que contamina a nuestras jóvenes generaciones como un macro inductor de ese comportamiento delictual.
Así vemos a diario que los empleados oficiales de menor categoría, culpable del peculado o del soborno, alegan muchas veces apuros económicos insoslayables. Lo que resultaría difícil explicar son los motivos por los cuáles los ladrones de vestir elegante, con ínfulas de honorabilidad acumulan grandes fortunas y se mantienen impunes.
Las universidades, las iglesias y los sectores mas sanos y representativo de la sociedad tienen que asumir la tarea, como una gran cruzada para producir los instrumentos jurídicos que permitan poner fin a la impunidad de ese crimen que en el pasado se detenía en la puerta del despacho del Presidente; de no hacerlo la nación verá surgir en el porvenir más cercano la vuelta social, el foquismo y la insurrección de las masas hambrientas a causas de estafa social que propician los políticos y partidos del sistema.