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Aciertos en Naufragio, una novela de William Mejía

Por Gerardo Castillo Javier
En su ensayo sobre la nueva novela hispanoamericana, Alejo Carpentier concluye afirmando que luego de leer algunas de las novelas más destacadas de nuestra literatura el lector promedio afirma que lo que acaba de leer no es una novela.

La afirmación que hace Alejo Carpentier ofrece una idea clara y vasta, a pesar de su brevedad, de lo que ha estado ocurriendo con la novela. Nuevos caminos se han abierto como resultado de la búsqueda de formas y recursos expositivos que revitalicen la narrativa. El mismo Alejo Carpentier realizó con éxito experimentos narrativos de carácter hiperbólico, semejantes quizá a la gran aventura de James Joyce o a la cosmogonía que supone una lectura atenta de Walt Wittman. Una panorámica del denominado Boom de la Literatura Hispanoamericana, del que Alejo Carpentier formó parte, acusa la más intensa búsqueda de formatos, de experimentos narrativos.

Entre los narradores del boom, Mario Vargas Llosa es quien más depurados recursos técnicos exhibe.

William Mejía, consciente de que el arte no puede ser reducido a una temática, se ha preocupado por alcanzar el dominio de los recursos, de las técnicas narrativas. Esa preocupación constante de William Mejía, pareja a su conciencia de la importancia de conocer la tradición narrativa nacional e hispanoamericana, nos permite encontrar en el autor de Naufragio a uno que se supera a sí mismo.

El proyecto de la novela Naufragio se convirtió en un desafío para William Mejía. Se propuso narrar una historia compleja, una historia preñada de otras historias. El proyecto se convirtió así en una novela contada por cuatro voces.

En la novela de William Mejía las voces no son excluyentes. Es posible, claro está, leer las historias por separado, pero jamás las partes han sustituido al todo. La lectura del conjunto posee el elemento que le da cohesión, unidad. Hace William Mejía un uso equilibrado de referencias intratextuales, intertextuales y extratextuales que no se percibirían si leemos las historias por separado. La riqueza de lo complejo se desvanecería, empobreciendo el denso caleidoscopio de Naufragio.

La historia con que arranca el relato novelesco sitúa a Pedro El Pando frente al mar. El viento le despierta y sabe Pedro apenas quien es él. El flash de un relámpago entra a la escena, luego una marcha militar seguida por un teatral estallido emocional del personaje. Desde las brumas del mar se aproxima, entra en escena el otro personaje en que se apoya este capítulo: el espectro de su amigo Manuel.

No es difícil percibir cómo se ha construido el principio de la trama; los elementos se han dispuesto como en el teatro. Fíjese el lector en el manejo de la luz. En la misma categoría entra la forma en que el espectro se mueve junto con Pedro El Pando a través del tiempo.

El resto de los personajes que aparecen en el primer capítulo llegan desde el mar, nadando o como Jesús, caminando sobre las aguas. La noche está llena de gente que sale a la playa a exponer sus parlamentos, a quejarse, a llorar o a maldecir.

Los demás capítulos se diferencian del primero en que en éstos predomina el monólogo. El primer capítulo está dominado por una voz omnipresente, en el segundo y cuarto capítulos predomina la primera persona. El tercer capítulo es una especie de coro, pero que nos llega a través de la voz de Pedro El Pando.

Con frecuencia William Mejía intercala el uso del lenguaje directo e indirecto. No es casual. Carece de toda inocencia. Este manejo hace que el lector entre y salga de la mente del personaje o que el autor cubra largos períodos con pocas palabras o que toque aspectos delicados de manera impersonal. El personaje que más usa el lenguaje indirecto es la monja que se ha visto obligada a renunciar a sus hábitos, a sus votos, y se convierte en hechicera y en agente del Servicio de Inteligencia del Estado.

Se debe resaltar la forma en que Mejía organiza el tiempo de los relatos. Estos están inversamente cronometrados. A medida que avanzamos en la lectura de la novela conocemos más del pasado de los personajes y entendemos sus actitudes del presente. La historia de cada capítulo, y por tanto, la historia total, posee un carácter retrospectivo. Ahora bien, cada capítulo del libro inicia con apego al desarrollo usual, linealmente, pero hay un punto en que el relato se quiebra y se nos cuenta todo lo que ha precedido al tiempo presente. Sí, logra William Mejía la circularidad del relato y pone de manifiesto, y de manera irrefutable, que posee dominio de las técnicas narrativas.

Por otra parte, los personajes de William Mejía están vivos, son tan reales que les siente uno el aliento, la temperatura. Los personajes van cambiando como dijo Ortega: con las circunstancias. Los cambios más notables se producen en los personajes femeninos, y el más sobresaliente es probablemente el cambio gradual, pero severo, que sufre la religiosa. El uso del monólogo facilita tanto al lector como al narrador adentrarse en los vericuetos de esta personalidad que se va deteriorando irremisiblemente.

El humor en la novela dominicana se trabaja seriamente por primera vez en la narrativa de Pedro Antonio Valdez. Confío en no estar equivocado. William Mejía trabaja también con mucho acierto, con mucho equilibrio, el humor. Me llamó particularmente la atención que este recayese sobre un personaje femenino. Se trata de Ramona, un personaje del que me he enamorado por su franqueza, una franqueza que colinda muy a menudo con lo ofensivo. La honestidad de Ramona viene aderezada con obscenidades que al grupo de amigos resultan cotidianas. Y no puede el lector evitar el asomo de la sonrisa o la carcajada cómplice.

Antes de concluir debo señalar un par de aspectos ajenos a la estructura de la novela y a las técnicas narrativas.

La novela Mataron al chivo, de Mario Vargas Llosa, suscitó encarnecidos debates. Mucho se habló sobre la novela histórica, sobre la historia y su vínculo con la novela, entre otros asuntos. La novela de Mejía, como la novela más reciente de Ángela Hernández, Charamicos, como La última esperanza armada, de Manuel Matos Moquete; tocan en mayor o menor grado, aspectos de la historia nacional, vividos dentro de los últimos cuarenta años. En Naufragio, como en las novelas señaladas, encontramos lo que Carlos Fuentes, en su Geografía de la novela, llama: el compromiso mayor de la novela, a saber…
-Un campo vastamente amplificado de recursos técnicos
     -Una voluntad de apertura.
     -Una conciencia de la relación entre creación y tradición.

La novela de William Mejía, sin ser historia ni pretenderlo, soporta, sin embargo, esa analogía.

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