Por: Ambiorix Martín Popoteur Zapata.
El martes pasado inició para mí con la normalidad de los días de semana, me despierta la alarma del teléfono, ese intruso aparato inteligente que ha cambiado la forma de vida actual.
Cinco de la mañana, hora de saltar de la cama y ponerme los aperos de hacer ejercicio, mi rutina consta de una hora, a lo sumo hora y quince minutos de trote pausado y caminar acelerado en el Parque Mirador del Norte. Después de hacer la oración de la mañana, el Padre Nuestro con que doy gracias a Dios por el nuevo día, enciendo el vehículo y me dispongo a llegar a cumplir mi objetivo, entre una que otra noticia comienzo realmente a despertar y a adentrarme en el mundo de los vivos.
Llego al Mirador, termino la rutina, enciendo el vehículo, pienso que tengo el freno puesto, vaya sorpresa el acelerón que dio el jeep y el golpe al pegarle al carro que me quedaba atrás me trajeron de vuelta a la realidad. Turbado por lo sucedido me dispongo a tomar conciencia de la colisión, veo que el vehículo que he chocado está emitiendo un sonido como si se le pichara alguna manguera del aire acondicionado o como si el radiador estuviera roto. Me preocupo y me dispongo a salir a buscar al propietario, reacciono y veo el mar de gentes que hay caminando y trotando en el parque, como encontrarlo, no quiero irme y dejar un daño del cual no pueda responder. Reacciono y le pongo una tarjeta de presentación en el cristal del vehículo para que el afectado se comunique conmigo y me apresto a irme a casa, en ese momento llegan dos representantes de la ley, dos policías de los que ayudan en el parque con la seguridad, les explico la situación y les doy a ellos una tarjeta también, con la encomienda de que se la hagan llegar al propietario del vehículo.
Después de llegar a casa e irme al trabajo, estoy toda la mañana esperando la famosa llamada, me preocupaba que el afectado fuera uno de estos seres irracionales que aparecen y que complicara una situación que no debía complicarse pues yo asumiría los gastos de la reparación.
A media mañana en medio de una reunión de trabajo, suena el teléfono, una llamada desde un teléfono desconocido, ya conoceré por fin quien es, me pregunto, era una llamada de un cliente para otros asuntos.
Termino la mañana, ya en la tarde después del almuerzo, entra una llamada del Presidente de una Corporación de Crédito, cliente de muchos años de nuestra firma. Buenas tardes Don Luis, como está usted, en que le ayudo fue mi respuesta, del otro lado Don Luis me dice lo estoy llamando por lo del choque a mi vehículo esta mañana en el Parque, vaya mi asombro y también mi tranquilidad al conocer la identidad de la persona que había afectado, pues sabía ya como concluiría todo, y la tranquilidad que me daba al saber que había obrado correctamente y que un cliente mío supiera que tiene relaciones con una persona responsable, esta fue la respuesta que me dijo Don Luis y que me alegró un día que había iniciado mal.
Hermano Ambiorix, más que una anécdota, esto es una lección de vida levantando la bandera de la honestidad. Yo que te conozco desde los cinco años de edad, se de tu honestidad, tu amor al prójimo, al trabajo, a tus amigos y a tu familia. Pero tambien
Ambiorix, la herencia familiar es tan importante en nuestras vidas, que en el momento menos esperado, Dios, nos las pone a prueba. Bendiciones hno.