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Páginas gloriosas de la patria (IV-V)

A Cuco Valoy, con respeto y admiración.

POR: SERGIO REYES II – Periodista. Reside en New York.

Una alevosa y cobarde agresión.

 Soldado honrado es aquel que no asesina la Patria por cobardía ni ambición

     Casi al filo de la medianoche, al abrigo de las sombras y sin previo aviso, -como medran los cobardes-, comenzó a desencadenarse una serie de trágicos eventos que dejaron sumida a la barriada en torrentes de muerte, llanto y dolor.

   Todo comenzó con la llegada intempestiva de varios vehículos de asalto repletos de uniformados, que ostensiblemente y sin la más mínima muestra de pudor y dignidad, actuaban bajo las directrices del mal llamado Gobierno de Reconstrucción Nacional, el cual estaba encabezado nominalmente por el General Antonio Imbert Barreras y, en el plano militar, por el General Elías Wessin y Wessin; Contando, ambos, con el apadrinamiento de las fuerzas interventoras yanquis.

Sergio Reyes II – Escritor costumbrista, investigador histórico y comunicador

   Luego de ocupar posiciones estratégicas en diferentes puntos de la cuadra, los militares intentaron hacer prisioneros a los parroquianos del cabaret y, de manera especial, a aquellos que habían manifestado mayor protagonismo y beligerancia, al tenor de lo referido en relación a la difusión ininterrumpida, desde tempranas horas de la noche, de la encendida pieza musical.

   El enfrentamiento no tardó en iniciarse entre ambos bandos y, a pesar de la evidente desventaja, los combatientes presentes apelaron a sus armas, ocuparon posiciones defensivas y se prepararon para repeler la agresión. Otros, más precavidos o timoratos, salieron huyendo por los patios y callejones traseros en la intención de preservar sus vidas.

   De repente, un estruendo enloquecedor, que fue escuchado a varios kilómetros a la redonda, envolvió a la barriada en una lluvia de guijarros y escombros, que se desparramó de manera intempestiva en los techos de las humildes viviendas del sector, cobijadas, en su mayoría, de planchuelas de zinc. Y todo ello, matizado por una profusa humareda que cubrió todo el espacio circundante.

Más del autor: Ésas otras Mujeres De Abril – I

       A medida que se fue disipando la penumbra y al tiempo que los vecinos ganaban las calles para pasar balance a la situación, socorrer a los heridos y sofocar los esporádicos incendios, pudimos observar, en toda su magnitud, el profundo cráter producido a causa de la fuerza expansiva de la granada que fuese arrojada con la intención expresa de destruir el cabaret en cuestión y aniquilar a todos los que allí se encontraban.

   Más adelante pudo colegirse que esta acción no logró tener el impacto que, aparentemente, buscaban los atacantes, puesto que, al ser arrojado como parte de una irreflexiva acción cobarde y homicida, el explosivo rebotó en las paredes del negocio, sin penetrar al interior. Al rodar por el pavimento se alejó unos cuantos metros, de suerte que la distancia entre el centro de la explosión y las instalaciones del cabaret permitió una significativa reducción de los daños humanos y materiales provocados por el atentado.

   Múltiples rastros de sangre, esparcida por las aceras y el pavimento, así como una profunda fosa, en la que se amalgamaban los fragmentos del artefacto bélico junto a grandes trozos de asfalto y millares de guijarros diseminados por todo el entorno y en los techos de las viviendas, fue todo cuanto pudo apreciar la vecindad, al levantarse, a la mañana siguiente, con el terror plantado en el rostro por la recién pasada pesadilla y la  angustia de tener que asumir el balance fatal en las estadísticas de muertos, heridos y apresados, junto a la confirmación de la filiación de los envueltos en la amarga refriega.

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