Ésas otras Mujeres De Abril – II
II-V. De vuelta al redil.
POR: SERGIO REYES II – Periodista. Reside en USA.
Una a una y por disímiles caminos, extenuadas y sudorosas por el fragor de la delicada jornada, arrastrando el peso de la culpa por la feroz encomienda que acaban de cumplir hasta las últimas consecuencias, las féminas se encaminan hasta el acordado punto de reunión, blandiendo en las manos, las más de ellas, algunos dólares sustraídos al enemigo en medio del descuido, diversas barras de empalagoso chocolate, chicles, comida enlatada y otras apetitosas minucias que forman parte de la requisición y que conservarán para sí y exhibirán, cual sagrado botín, mientras duren.

De antemano saben que, oteando en la distancia y esperándoles estará, de pie, La Capitana. Y, en esta ocasión, ya deslindados los campos, ha de estar blandiendo en las manos, de manera ostensible y agresiva, su temible revólver; por lo que pudiese suceder.
De aquí en adelante, ella y solo ella tendrá que asumir la encomiable y honrosa misión de recibir a esta nueva modalidad de combatientes y conducirlas a salvo de regreso hasta El Conde, a entregar su informe de operaciones a su enlace directo con el Alto Mando.
Parte 1: Ésas otras Mujeres De Abril – I
Angustiadas. Con ostensibles manchas de sangre –aún fresca-, en la ropa y las manos de algunas, y dejando entrever en sus rostros las muestras del asco, el miedo y el estrés que les causa todo aquello que han vivido en las recientes horas y minutos, se ponen a las órdenes de su guía, quien, de manera extraoficial, pasa balance del resultado de la enjundiosa ‘operación’ y escucha las versiones, confidencias y testimonios –algunos adulterados, como es natural, si se tiene en cuenta las circunstancias– que, entre cuchicheos, circulan en el conglomerado de las chicas.
En la jornada del día hay que anotar una que otra dolorosa pérdida. Una ‘baja’, caída en el cumplimiento del deber. Dulce et decorum est pro patria mori -Dulce y Decoroso es morir por la Patria-, está grabado en piedra, para la posteridad, en lo alto del baluarte del Conde. Ése, es el justo precio de la dignidad y la defensa de la Constitucionalidad. Cada una de ellas lo sabe. Y no se arrepienten del papel que les ha tocado jugar –y seguirán jugando-, hasta expulsar de tierra dominicana al último soldado norteamericano. Vivo o muerto.
Porque, como dijo el poeta, con el yanqui en nuestras calles, Santo Domingo tiene más ganas de morirse que de verse a sus plantas (…); (y podrá tenerla) en cenizas, pero nunca entregada’. (*.-Abelardo Vicioso).
Y, parafraseando a Neruda, ‘me gusta en Nueva York el yanqui vivo, y sus lindas muchachas, por supuesto, pero en Santo Domingo y en Vietnam, prefiero norteamericanos muertos’. (* ‘Versainograma a Santo Domingo’; Pablo Neruda -Chile-).