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Ésas otras Mujeres De Abril – I

I – V
Santo Domingo, Año Cero;
Combatientes en territorio usurpado por el invasor.

 POR: SERGIO REYES II – Periodista. Reside en USA.

De dos en dos, de manera furtiva y observando estrictas medidas de seguridad, avanza en dirección a la parte alta de la ciudad de Santo Domingo un heterogéneo grupo de personas integrado, mayoritariamente, por mujeres.

Si se les observa cuidadosamente, con el sigilo que permiten las circunstancias y haciendo mutis de la andanada de proyectiles que sisean en forma artera, en todas direcciones y tras la búsqueda de penetrar en las carnes y la anatomía de cualquier descuidado peatón que se arriesgue a transitar por un territorio que se encuentra azotado en estos días por los bombardeos, las ráfagas y morteros desplegados de manera despiadada por el ejército invasor yanqui, podría notarse el contraste entre el ropaje de las féminas, que se desplazan con decisión hacia un difuso destino, frente a la indumentaria militar y el temible fusil ‘Fal’ que porta el hombre que las custodia.

Sergio Reyes II – Escritor costumbrista, investigador histórico y comunicador

Y, por encima de todo, la determinación de éste en proteger las vidas de las damiselas, a cualquier costo, con la garantía de acompañarles hasta los dominios del mismo infierno, si necesario fuese, tal y como le ha sido encomendado.

De cuando en cuando se detienen y agazapan, obedeciendo en silencio al enérgico mandato del brazo en alto del hombre de verde olivo. La organización en cuadrícula de los bloques de edificaciones que componen esta parte de la antigua Ciudad Colonial pone en grave riesgo y al descubierto los cuerpos y las vidas de todo aquel que transite por la calle Mercedes y otras que se encuentran en la línea de mira de los francotiradores yanquis apostados en lo alto de las torres de Molinos Dominicanos.

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Afanoso por preservar a su valiosa encomienda, el combatiente se mantiene impertérrito, refrenando el avance, hasta que siente cesar, momentáneamente, la criminal descarga de proyectiles disparados por el enemigo.

Y se lanzan en tropel, cual chiquillas juguetonas, atravesando la calle con peligro de sus vidas y sin parar mientes en guardar las composturas y asegurar las erráticas pisadas, dificultadas en su avance por la altura de los tacos de los zapatos que, como es lógico pensar y sin temor a las circunstancias, portan las sudorosas pero animosas doncellas.

Caminando en zigzag, unas veces por la calle Sánchez, otras por la José Joaquín Pérez o la José Reyes; desechando espacios abiertos y tratando de no llamar mucho la atención de los residentes que, en estos días, han quedado atrapados en medio de una guerra cruel en donde las balas llueven desde todas direcciones y penetran peligrosamente por los techos de zinc de sus humildes viviendas, continúan el avance hacia el norte, rebasan la Mella y, por los intrincados patios aledaños al Mercado Modelo, se acercan poco a poco hasta las cercanías del odiado Cordón de Seguridad, engendro criminal impuesto por la ‘inteligencia’ intervencionista para dividir el perímetro de la población capitalina y arrinconar en tan solo cuarenta cuadras a los soldados de la dignidad y el decoro.

El momento demanda un leve reposo que permita, aun sea de manera fugaz, aplicar los necesarios retoques y afeites en el maquillaje, colorete y carmín en mejillas y labios, así como sombra en el entorno de los ojos. Con suma coquetería se ocupan de atender otras intrincadas partes del cuerpo, para renovar la apariencia, reforzar la sensualidad que traspiran sus sensuales carnes de ardientes y decididas doncellas así como para levantar el ánimo, la firmeza y determinación que requiere la significativa misión a la que se encaminan.

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El horno no está para galleticas y, ante la mirada atónita del tenso militar que les acompaña, mientras las demás se ocupan de acicalarse, con la audacia y determinación que le caracteriza, la espigada combatiente a quien todos conocen como La Jabá, se ajusta entre las piernas y en forma subrepticia un pequeño revólver, obtenido como trofeo al calor de otras luchas y similares circunstancias. De inmediato y siguiendo al pie de la letra las instrucciones emanadas de su indomable conductora, el resto de las integrantes de este atípico ejército de fierecillas de tongoneantes caderas, colocan, en similares escondrijos, las ‘sevillanas’, estiletes u otro tipo de armas punzantes que siempre llevan a cuestas, ‘pa’ que las libren de todo mal’.

Una vez ceñidos los escotes, alisados los cabellos, colocados los collares, aretes y demás artículos de bisutería y tras haberse rociado el rostro, las mejillas y el cuello  con el auxilio siempre necesario de generosos toques de perfume, las mujeres se aglutinan en círculo para recibir las directrices finales de La Capitana, sobrenombre con el que, de manera adicional, se ha dado en conocer a La Jabá, al mejor estilo de estos tiempos de guerra,  en reconocimiento por sus dotes de dirección, la eficacia en las enjundiosas labores que le son asignadas por el Alto Mando y, en abono al profundo amor a la Patria que tanto ella como las demás de su claque profesan.

Avanzan de manera frenética y al llegar a la Félix María Ruiz se separan y dispersan tomando disimiles rumbos. A partir de este punto, cada cual ha de asumir frente al grosero soldado invasor su propia guerra, su propia venganza y su propio heroísmo, en reivindicación de la Patria mancillada.

Su misión: apelando al velado embrujo de almibaradas palabras -que apenas rebasan el simple saludo en un inglés machacado-, intentar seducir y engatusar, con sutil provocación, haciendo uso de sus encantos, la ofrenda de sus apretadas carnes y sus lujuriosos y apetitosos pechos, a los azorados soldadotes gringos de sonrosada piel que, en esta ocasión y ante milicianas de tan insospechada estirpe, no saben cómo reaccionar ni hacia donde apuntar sus tenebrosos fusiles.

Una vez con el enemigo rendido a sus pies, arrastrados por separado hasta los patios, callejones y trastiendas de la barriada, el interior de los camiones o cualquier otro recoveco que las circunstancias permitan, las chicas harán uso de sus mañas y melosos subterfugios para embriagar, esquilmar y someterle a la obediencia. Discretamente, se harán cargo de cualquier arma, pertrechos militares o utilería requeridos por la Revolución, y, de ser necesario, tomarán el control –de la forma que sea– de estos padrotes con ínfulas de vaqueros del Viejo Oeste americano, que se pavonean con arrogancia en las calles de Quisqueya.

Y, de ponerse majadero alguno de los presuntuosos ‘marines’, en caso de extrema necesidad y haciendo uso de las contundentes herramientas cortantes que tienen a mano, han de infligirles el mayor daño posible, en una catarsis de sangre y en retaliación por las múltiples bajas recibidas por el pueblo dominicano que combate en las calles y las trincheras, defendiendo su derecho a la autodeterminación.

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