Por: Laura Bicker BBC News, Seúl.
Hace casi 70 años, un barco de la marina mercante estadounidense recogió a más de 14.000 refugiados en un solo viaje desde un puerto de Corea del Norte. Esta es la historia de ese viaje, y algunos de los que estuvieron a bordo.
Era el día de Navidad en 1950, y este no fue un nacimiento ordinario.
La madre era una de los 14.000 refugiados norcoreanos abarrotados en un barco de la marina mercante de Estados Unidos, que huían del avance del ejército chino.
Apenas había suficiente espacio a bordo para pararse, y tampoco había muchos suministros y equipos médicos.
«La partera tuvo que usar sus dientes para cortar mi cordón umbilical», me dice Lee Gyong-pil, unos 69 años después.
«La gente dijo que el hecho de que no muriera y naciera fue un milagro navideño».
Lee fueel quinto bebé nacido en el SS Meredith Victory ese invierno, durante algunos de los días más oscuros de la Guerra de Corea.
El viaje de tres días de esta embarcación salvó miles de vidas, incluyendo la de los padres del actual presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in.
También le valió un apodo al barco de carga: el Barco de los Milagros.
La evacuación
En diciembre de 1950, unos 100.000 soldados de la ONU quedaron atrapados en el puerto norcoreano de Hungnam.
Habían sido superados por las fuerzas chinas en lo que se conoció como la Batalla de Chosin, y tuvieron la suerte de salir con vida de las montañas.
Se habían enfrentado a un ejército de casi cuatro veces su tamaño. Pero, ahora, solo había una forma de llegar a un lugar seguro: por mar. Y tenían muy poco tiempo para hacerlo: los chinos se estaban acercando.
Pero las tropas no estaban solas. Miles de refugiados norcoreanos habían huido también hacia la playa helada.
Alrededor de 100 barcos estadounidenses, incluido el SS Meredith Victory, habían viajado a Hungnam para recoger a las tropas, los suministros y las municiones, y llevarlos a los puertos surcoreanos de Busan y la isla Geoje.
Rescatar refugiados nunca había sido parte del plan.
El coronel Edward Forney, del Cuerpo de Marines de EE.UU., trabajó junto con otros para intentar que esto fuera parte de la misión. Su nieto Ned vive en Seúl.
«Si quieres ganar una guerra, tu trabajo no es rescatar a civiles», me dice Ned, un veterano de la Marina. «Eso es un buen acto. Pero los militares están primero».
«De alguna manera, simplemente sucedió», explica.
«Estos muchachos allí en Hungnam escucharon a sus mejores ángeles e hicieron lo que me gusta decir fue lo correcto, por las razones correctas, en una situación muy difícil».
Tomó varios días subirlos a todos a bordo de los barcos. Los refugiados se acurrucaron juntos en la costa, esperando a que les llegara su turno.
Entre ellos estaba Han Bo-bae, quien en ese entonces tenía 17 años, con su madre.
«Era una situación de vida o muerte», dice. «No pensábamos en otra cosa que no fuera: tenemos que subir a este barco o moriremos».
«No sabíamos hacia dónde se dirigía, pero no importaba. Solo sabíamos que podríamos vivir si subíamos al barco».
Pero dejar su ciudad natal fue difícil.
«Mirando la playa alejándose de mí, mi joven corazón estaba triste. Me estoy yendo ahora, pensé».
Las condiciones a bordo de cada uno de los barcos fueron, por decir lo menos, difíciles. Los refugiados se apiñaban entre vehículos, cajas de municiones y suministros.
No había comida ni agua. El barco más grande, el SS Meredith Victory, había sido diseñado para transportar 60 tripulantes como máximo. Ahora tenía 14.000 refugiados, además de la carga.
Han Bo-bae quedó expuesto en la cubierta de un pequeño barco. Su madre logró traer una manta, pero no mucho más que eso.
«Mi madre, mi hermana menor y yo estábamos juntos. Había tanta gente en el barco. Estábamos todos apretados.
«Las olas me salpicaban y mi madre estaba preocupada de que nos ahogáramos y nos convirtiéramos en espíritus marinos».
Nadie murió a bordo de los barcos. Los 200.000 que hicieron ese peligroso viaje a Corea del Sur, aproximadamente la mitad de ellos refugiados, la otra mitad soldados, llegaron a destino con vida.
Fue la evacuación militar más grande por mar de civiles en condiciones de combate en la historia de Estados Unidos.
Y, mientras el SS Meredith Victory navegaba hacia el puerto de la isla de Geoje, cinco nuevas vidas surgieron a bordo.
Los tripulantes estadounidenses no sabían ningún nombre coreano, por lo que llamaron a cada uno de los bebés Kimchi. Lee era el Kimchi número 5.
«Al principio no me gustó nada. ¿Por qué Kimchi 5? Tengo mi propio nombre. Pero cuando lo pensé profundamente, no me importó y ahora le agradezco a la persona que me dio ese nombre».
Lee todavía vive en la isla de Geoje, donde el Victoria Meredith atracó hace casi 70 años. Es veterinario y todavía tiene una tarjeta de presentación con el nombre Kimchi 5.
La partida
Nadie sabe qué pasó con los Kimchi 2, 3 o 4.
Pero los padres del primer bebé nacido a bordo, Kimchi 1, mejor conocido como Sohn Yang-young, tomaron una decisión desgarradora en Hungnam que los perseguiría toda la vida.
La mayoría de los refugiados pensaron que solo se irían unos días, tal vez unas semanas como mucho. El plan siempre fue regresar. Pero ninguno de ellos lo hizo.
Los padres de Sohn Yang-young tenían otros dos hijos en ese momento. Taeyoung, de 9 años, y Youngok, de 5 años. Hacía mucho frío. El puerto era un caos.
El padre de Sohn miró a su esposa que estaba en un estadio muy avanzado de su embarazo y supo que debía subir a bordo. Decidió dejar a sus otros dos hijos con su tío y les aseguró que volvería a Corea del Norte pronto.
Nunca se volvieron a ver. Incluso cuando cesaron los combates y se firmó un armisticio, la península se dividió. Las dos Coreas siguen oficialmente en guerra.
Durante años, la madre de Sohn le suplicó a su esposo que regresaran a buscar a sus hijos, y sin embargo, sabía que estaba pidiendo lo imposible.
Todas las mañanas tomaba un tazón de agua sagrada y arroz y rezaba delante de ellos como una ofrenda por sus hijos perdidos.
«Soy una prueba viviente de la tristeza y el dolor que lleva una familia dividida», dice Sohn.
«Mi familia quedó destrozada. Ahora tengo mis propios hijos y nietos y me fijo todos los días cuando regreso a casa del trabajo si mis hijos están bien».
«Todavía no entiendo cómo un bebé tuvo la suerte de quedarse con sus padres, mientras que los otros bebés que salieron exactamente del mismo útero se separaron de los suyos y pasaron por tantas cosas».
«Deben haber esperado con la ilusión de que su madre y su padre regresaran».
Sohn solicitó a través de la Cruz Roja Internacional ver a su hermano y hermana como parte de las ocasionales reuniones de familias separadas permitidas por Corea del Norte.
No puede contener las lágrimas cuando nos dice que desea que la península se unifique con la esperanza de poder volver a verlos.
«Mientras estén vivos, los buscaré», dice.
Nos muestra una foto de él de bebé con una nota escrita a mano. «Cuida bien esta foto hasta que conozcas a tu hermano mayor Taeyoung», dice la nota de su padre.
Él ayuda a mantener viva la historia de la evacuación de Hungnam, y ha conocido a algunos de los antiguos miembros de la tripulación del Meredith Victory, incluido a quien ayudó a su madre a dar a luz.
Espera algún día crear un monumento a los barcos en el puerto de Geoje.
Se cree que alrededor de un millón de descendientes de la evacuación de Hungnam viven en Corea del Sur y en todo el mundo. Es una historia de supervivencia.
Pero también hay un profundo dolor por quienes quedaron atrás.
Mientras los estadounidenses se alejaban de Hungnam por última vez en Nochebuena, el contralmirante James Doyle miró a través de sus binoculares.
«Vio al menos tantos refugiados en la costa como los que habían rescatado», dice Ned Forney, quien está escribiendo un libro para documentar la evacuación.
Pero Estados Unidos dijo que no tuvo otra opción. Tuvieron que volar el puerto para asegurarse de que el ejército chino no tomaría nada de lo que dejaban.
Han Bo-bae observó desde la cubierta de su barco y describió el puerto como un «mar de fuego». No mucho después de las explosiones, el ejército chino se infiltró en la ciudad.
«Muchos todavía esperaban en el puerto. Muchos no pudieron llegar al barco», nos dice.
«Todavía había muchos esperando y debieron haber muerto. Me duele el corazón, las artillerías, las bombas… La guerra no debería ocurrir. La guerra no debería ocurrir».
Sohn todavía espera que su familia esté viva. Después de todo, él mismo nació en la Nave de los Milagros. Ahora solo desea uno más, y tiene este mensaje para su hermano y hermana.
«Nuestros padres te extrañaron todos los días que estuvieron vivos. Aunque ahora están en el cielo, creo que todavía te están buscando».
«Espero que nuestro sueño se haga realidad en un futuro muy cercano».